"Es asombroso ver en la actualidad a personas mayores defendiendo sus derechos y sus convicciones. Personas que se niegan a perder lo que tanto les costó ganar en la vida y conseguir una vivienda.
La anciana de la imagen permanece en ese lugar. Es una resistente que en silencio se mantiene en ese derecho y que nadie parece que la va ha movilizar. Una valiente que su vejez no le impide afrontar ese incierto futuro. Unos de los bienes más preciados que puede poseer una persona, es el hogar; porque una persona sin hogar no esta ubicada en el mundo. Su casa centenaria tiene una estrecha y empinada escalera con la que ya sufre problemas para ascender por ella, lo que le impide mucho salir a la calle. En ella todavía se siente cobijada al resguardo de esas cuatro paredes y de su techo como si fuera una fortificación. Los especuladores inmobiliarios están al acecho como buitres esperando que la señora decaiga para hacer sus prósperos negocios. Observándola, parece la última superviviente de un barrio de antiguas viviendas que la modernidad quiere borrar. Sin ninguna alusión ni pancartas por el futuro desalojo, se asoma por las tardes a su balcón, para distraerse observando a sus escasos paseantes y el poco ambiente callejero. Solamente su paz es a veces interrumpida por algún ocurrente tráfico, y un pequeño bar cercano cuándo ponen la música alta. Enfrente de su vivienda por suerte, tiene una reconfortante plaza con árboles donde los pájaros se ponen a cantar, con una fuente y algunos asientos, que antecede a una pequeña iglesia que la protege una imagen del Sagrado Corazón. Sólo el sonido retumbante de sus campanas marcando las horas, puede sonarle como música celestial y que la pueden amparar en su soledad."
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"Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, que es lo que nos hace simpáticos, que es lo que nos hace ridículos; nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio" (Milán Kundera)
"Al entrar en la sala de espera de un hospital, una pequeña sonrisa te daba la bienvenida. Era la sonrisa de una niña muy simpática de nueve meses, donde nuestras caras de preocupación, le debía de parecer cómica. Ese cuerpo menudo con pañales, poseía unos pequeños y hermosos ojos negros rebosabando vida. No paraba de mirarnos con pequeñas risitas que nos hacía encandilar a todos. Todas nuestras miradas de pacientes permanecían en ese momento, en ese pequeño ser que entró reciente en la humanidad. Su madre nos dijo que la niña se llamaba Briselda. En su pequeño brazito derecho, llevaba un apósito que delataba que le acababan de hacer un análisis de sangre que a a la ñiñita no parecía haberle dolido. En su corto periodo de tiempo ya le habían hecho dos operaciones quirúrgicas importantes. Yo me atreví en hacerle el comentario a su madre, de que tenía el presentimiento, de que su hija terminaría siendo una gran doctora de ese mismo hospital. Entre risita y risita nos mirábamos todos preocupados por nuestros dolores y a la vez, sintiendo algo de ridiculez porque seguramente, no podemos comparar los dolores de nuestra edad, con los que podía sufrir la pequeña y frágil criatura."
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