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5 nov 2017

Desesperación- 2ª Parte (Narración- novela negra)

"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena 
hacerla a toda costa" (G.K. Chesterton)

Continuación...
¿Pero, quien era esa Irene Mateu?. Había pasado unos cinco meses desde aquel despertar en esa casa que le era ajena. Su mujer le estaba reprochando que ultimamente estaba comprando demasiados periódicos. Pero él hacia caso omiso al comentario, pues llevaba todo ese tiempo buscando alguna noticia en la página de sucesos que llevara como referencia la extraña muerte y sus circunstancias de la que se supone que era Irene. Pero parecía que eso solo estuviera en su mente, pues ni siquiera las noticias locales de la tv ni la prensa más especializada en sucesos criminales le hacia mención. Mientras hacía lo posible por volver a la normalidad, empezó a maquinar un plan para tranquilizar la inquietud de su mente. Cada día después de trabajar, se desplazaría a esa dirección y haría la función de un detective privado. Acercó su mano al bolsillo de su chaqueta y palpó el bulto de las llaves de la calle Valparaiso. Fue acercándose al barrio haciéndoselo familiar, observando las entradas y salidas más frecuentes del edificio. Calculó bien, recordando el paisaje que vio de la ciudad desde ese balcón, y contó los seis pisos hacia arriba. Localizó el balcón y reconoció un gigantesco macetero que le pasó desapercibido aquel día, pero que lo recordó en ese momento. Comprobó si al anochecer  se encendían la luces de la casa durante varias tardes y varios anocheceres en diferentes horas, y nadie prendía la luz ni nadie abría el balcón.
-¿Que habrá sido de la mujer? -se preguntaba-
   No había un día que no dejara de pensar en ella, que a momentos creía que se había enamorado  de aquel cuerpo desconocido y desnudo.
   Haciéndose un día el loco, se acercó al portal y tras comprobar que no había nadie, aprovechó el momento para entrar en su portería y verificar otra vez su nombre en el buzón. Su nombre seguía exactamente ahí: Irene Mateu, 6ª planta. Y en su interior podía verse que contenía varias cartas. Buscó la llave más pequeña del llavero de Irene, y abrió la portilla sacando rápidamente la correspondencia.
   Una vez en la calle, buscó un lugar tranquilo para poderlas examinar. Se estaba sorprendiendo de sí mismo de lo que estaba haciendo por culpa de su curiosidad.
   Abrió una carta que contenía una postal sin remitente de Lisboa que le decía: "He tenido un buen viaje, espero que me eches a faltar como yo te echo a ti. Sabes que te quiero.Un beso." La firma era ilegible, y no había manera de saber el nombre del amante.
   Pasaron varias semanas más, y todavía ningún medio de comunicación dio a conocer la muerte de Irene. Al menos él no lo había visto. El balcón seguía sin abrirse y su persiana se mantenía en la misma medida. Otra vez se arriesgó a fisgonear su buzón, esta vez solo encontró una suscripción de una revista de lencería femenina de moda y dos cartas bancarias junto con variada publicidad. Parecía que nadie se preocupaba de sus asuntos. Entonces le invadió un poco más la curiosidad y el interés por tener más conocimientos de ella. Tenía que reconocer que todo le había salido bien hasta el momento, y que tuvo mucha suerte de salir de aquella casa sin haber tenido más consecuencias.
Tengo que dar gracias- se dijo. Pero por otro lado sentía la obligación de hacer algo más. No puede ser que un cadáver quede olvidado y desapercibido así como así. ¿Y si todavía permanece en ese lecho descomponiéndose?- se preguntó. Tenía que encontrar un plan, ¿pero, como?.
   Pasaban más días y no encontraba ningún plan. Sus visitas al entorno de su casa cada vez eran menos frecuentes. Los medios de comunicación no figuraban un suceso como el suyo. Y la ventana del balcón seguía en la misma línea, ni más abierta, ni más cerrada. Todavía tenía las llaves en el bolsillo y tenía que hacer algo.

  Llegó el día que se notaba muy valiente y decisivo. -Hoy tengo que intentarlo,- pensó sonriendo. Entonces decidió entrar en esa casa otra vez. Con todas las precauciones del mundo entró en ese edificio sin ser visto, y en unos minutos ya se encontraba frente a la puerta fatídica. Acercó el oído derecho para averiguar si oía algún ruido o voz en su interior, pero lo único que escuchaba era el latido de su corazón golpeando más fuerte que nunca. Entonces decidió pulsar el timbre y esperar a que le abrieran la puerta. Pero no, nadie contestaba a su llamada. Disimuladamente hizo como si bajara la escalera y esperó un rato. Si me hubieran contestado- pensaba- simplemente me disculparía diciendo que me he equivocado de piso.
   Llegó el momento decisivo de introducir la llave en su cerradura y hacerla girar. Sin pensarlo dos veces, eso es lo que hizo. Con mucha precaución entró sigilosamente poniendo atención a los ruidos, porque eso quería decir que sí había alguien. Pero no se escuchaba nada, y fue comprobando estancia por estancia, si alguien andaba por la vivienda. No, no había nadie. Todo parecía estar en perfecto orden, todo se mantenía en el mismo lugar, por lo menos en las cosas que él recordaba. Antes de entrar en la famosa habitación, tomó aire, igual y como cuando un buzo se introduce en el mar y se prepara para la sorpresa. En la habitación no había nadie; eso era de esperar, y la cama estaba hecha, estaba intocable. Todo estaba como aquel día: el despertador, la lamparilla, los muebles. Todo, pero sin ningún rastro de la mujer. -¿Que habrá sido de ella? - se preguntó otra vez.
   Se mantuvo en pié recordando a aquella mujer tumbada en el lecho. Repasando mentalmente cada parte de su cuerpo mientras le estaba aseando para quitarse sus huellas dactilares . ¡Que hermosa que era!- se decía. Pero no era el momento ni las condiciones para recordarla tan sexualmente. ¡No podré olvidar esto , jamás!- se volvió a decir- Por un momento pensó en registrar los cajones de la mesita en busca de más datos. Necesitaba saber más de esa mujer. Le había poseído. Sentía admiración hacia ella. -Creo que me ha enamorado,- pensó-. E inclinándose para abrir uno de los cajones, observó que debajo de la cama había algo. Era un libro y una prenda de lencería que ella debió de dejar en el momento de desnudarse, o que olvidaron de recoger cuando se llevaron el cadáver. Cogió la prenda y se la guardó en el bolsillo. En el momento de coger el libro oyó un ruido en la puerta. Alguien quería entrar. Rápidamente se metió debajo de la cama todo asustado. El corazón le podía delatar porque le latía fuertemente. Entonces se mantuvo en silencio debajo de ese lecho a la espera de alguna sorpresa.
Oía ligeros golpes, silencio, y otra vez unos golpes. -¿Quien será?- se preguntó procurando silenciar el sonido de su respiración mientras unos pasos se acercaban a la habitación. Había tanto silencio en esos momentos, que podía oírse un respirar; al menos eso es lo que le pareció a él.
La persona entró, se sentó en la cama y tecleó un móvil, pero no se sabe si era una llamada sin respuesta o una consulta. Quería ver las piernas, pero precisamente estaba en la posición opuesta, y no sabia si era un hombre o una mujer. Un simple ruido le podría delatar si se movía. El nuevo intruso se incorporó y registró unos cajones sin hacer siquiera un comentario en voz alta para sí solo.
   Al cabo del rato parecía que se marchaba. Se oyó un golpe de puerta y una cerradura. Él quiso asegurarse unos minutos más tumbado en el suelo, y cuando creyó que estaba seguro, salió del escondrijo. -Será mejor que me largue- se dijo- quien sabe que más puede suceder. Se quitó un poco el polvo y procuró esta vez no dejar huellas. Se dirigió a la puerta con el libro en la mano y salió por segunda vez de esa casa victorioso con la máxima discreción. Una vez dentro de su vehículo se dispuso a hojear el libro, al que la situación todavía no le había dejado de leer ni el título. "Historia de la Mitología Universal", -interesante- se dijo, y entre sus páginas, notas y apuntes escritos a lápiz, también sobresalía una tarjeta de visita, como haciendo la función de punto de lectura. La giró y leyó el nombre: Carmen Ferrer Ruíz. Era el nombre de su mujer. (Continuara...)

17 sept 2017

Desesperación -1ª parte (Narración- novela negra)

"Somos el principio de una historia que no pretende terminar"
 
"Como cada dichosa mañana, sonó el despertador. Y como era habitual en él, lo dejaría sonar varias veces y a la tercera llamada se levantaría. Y así lo hizo, solo que notó como si el despertador sonara diferente y un poco más desplazado de su lugar habitual. También le costó encontrar el pulsador de la lamparilla de la mesita de noche, y tuvo el presentimiento de que  no tendría un buen día. Cuando consiguió encenderla, se incorporó de la cama e inmediatamente se encontró como desplazado pues enseguida comprobó que no estaba en su habitación habitual, y que los muebles del dormitorio no eran los mismos. ¿Estaré en un hotel?- se preguntó.- pero, ¡no puede ser!- se respondió. ¡hace años que no piso un hotel!. Y se quedó un rato pensativo medio incorporado sentado en el borde de la cama, e incluso se hizo un pequeño pellizco en el brazo derecho esperando no sentir dolor para comprobar que estaba en un sueño. Pero no fue así, pues el pellizco había causado efecto. Rápidamente le recorrió un escalofrío por el cuerpo y se puso derecho agobiado, terminando de ver el resto de la habitación que había tenido a su espalda. En el lecho había una mujer que le daba el dorso y al que su cuerpo le cubría una sabana. Esta imagen le mantuvo inmóvil un lapsus de momento porque ese cuerpo no parecía el de su mujer. Poco a poco fue acercando sus dedos a la espalda de la mujer para despertarla, pero tras varios toques el cuerpo de ella no respondía.
Tendrá el sueño muy profundo- pensó.- Así que insistió con unos toques más fuertes pero el cuerpo seguía sin moverse.
   Se quedó un rato más, pasmado y asustadizo, y tuvo la repentina curiosidad de saber quien era esa mujer. ¿Habré pasado la noche con una prostituta?, y con un golpe seco y rápido estiró la sabana descubriendo el cuerpo femenino. Esta vez, se quedó asombrado de la impresionante belleza con la que se supone que había compartido el lecho. Tenia un cuerpo perfecto, medio cabello le ocultaba todavía parte de su rostro. Mientras le seguía mirando, estaba intentando recordar y de justificar su instancia en esa habitación, pero el aturdimiento y la sorpresa no le dejaba pensar. El cuerpo y la hermosura de la mujer le tenía impresionado y a la vez perplejo.
   Sus ojos no dejaban de contemplarla apreciando el bello cuerpo femenino. Le dio otros ligeros golpes en su hombro izquierdo, cada vez más fuertes para despertarla pero la mujer permanecía en la misma postura, y lo único que consiguió fue, que los golpecitos fueran más bruscos logrando así girar el cuerpo en posición boca arriba.
   ¡Oiga! ¡oiga! ¡despierte!,- pero ni siquiera su voz pudo despertarla. Y volvió a quedarse unos minutos contemplando esa belleza aprovechando que el cuerpo había cambiado de posición. A pesar del momento que estaba atravesando, supo admirar ese cuerpo que le recordaba a la de ciertas diosas míticas. Con cuidado y con dos dedos, le separó el pelo que había quedado pegadizo con el sudor en
la cara. Fue cuando se dio cuenta que la mujer no respiraba. Estaba muerta. Y en su cuello había unas marcas moradas como si la hubieran estrangulado unos fuertes dedos. El miedo le invadió de nuevo y le paralizó por completo, y al cabo de unos segundos notó que su cuerpo se empapaba de sudor. Tenia que responder rápidamente ante ese suceso, llamar  la policía tal vez, pero no sabría como explicarles lo que no tenía una explicación para él. Es más, ni siquiera sabía en donde se encontraba. Recogió su ropa que tenia extendida por el suelo de la habitación y empezó a vestirse. Con cuidado y sin hacer ruido fue saliendo de la habitación y explorando el resto de la vivienda. Era un piso grande con dos cuartos de baño y cuatro habitaciones en las que no había dormido nadie porque las camas estaban sin deshacer. La cocina también era inmensa y sin embargo, todo estaba limpio, ni un plato por fregar; o sea, que tampoco se mantuvo una cena. Notaba que su camisa se iba empapando de sudor, y que sus pies le temblaban al caminar del miedo que sentía. Como pudo terminaba de recorrer la casa que finalizaba en un balcón con vistas a la ciudad. No se atrevió a salir al exterior por precaución a que le viera alguien. Volvió a recorrer la casa pero a la inversa, otra vez hacía la habitación, con un  paso más ligero tras comprobar que no había alguien más. Esta vez se fue fijando en detalles del hogar para encontrar pistas que le ayudaran a comprender su situación, pero nada de nada; él no había estado ahí antes. Entró en la habitación y volvió a contemplar a la mujer extendida en la cama. Tenía que tranquilizarse y tomar el control de su cuerpo, quizás encontraría una explicación después, cuando estuviera más calmado. Miró al despertador y se aproximaba a las ocho de la mañana, hora en la que cada día ya se estaba aproximando a su trabajo. Busco su móvil para hacer una llamada a su jefe y decirle una mentira para justificar su tardanza y su posible ausencia en el día de hoy. También
como no, llamar a su mujer. Esa iba a ser la llamada más difícil, porque no sabía que contarle por su ausencia nocturna. Tras una larga vida de monotonía, uno no rompe una constumbre así por las buenas, sin darle explicación previa a su mujer. Demasiados problemas se estaba encontrando esta mañana en la que tenía que dar explicaciones sin que él tuviera una.
   La cabeza no paraba de darle vueltas y de hacerse mil preguntas. Ni siquiera sabia en que parte de la ciudad se encontraba, ni el nombre de la calle. No sabia nada de nada. Solamente se encontraba en esa casa frente al cadáver de una mujer muy sensual. Una situación muy peliaguda. ¿Como fue posible que este tipo de mujer estuviera con un tipo tan mediocre como yo?- se preguntó en voz alta, como si esperara una respuesta de la víctima.
   Tenía que salir de esa situación y de la vivienda lo antes posible, pero lo tenia que hacer al estilo de las películas del cine negro, sin dejar huellas posibles. Fue al cuarto de baño buscando algo para limpiar las huellas y encontró un paño al que mojó ligeramente con agua. Lo primero que hizo fue empezar con el cuerpo de la mujer. Limpió sus manos, su cara y sus hombros, así pogresivamente hasta llegar hasta sus partes más íntimas. Le resultaba increíble que estuviera aseando el cuerpo de una belleza semejante. Se dirigió varias veces al baño para seguir humedeciendo el paño, haciendo comparaciones del cuerpo de la víctima con el de su mujer. Nunca había estado con otra, y por un momento se lamentó de no acordarse de la experiencia que pudiera haber vivido con la ella esa noche. ¿Como es posible? -pensó-. Nadie puede olvidar lo ocurrido en una noche con una mujer como ella. -Debí de estar muy borracho -se dijo-, y olió rápidamente su aliento por si notaba algo de alcohol, pero su aliento era el normal. Todo le era muy extraño. Tengo que limpiarle bien los genitales- se dijo-, es allí donde la policía busca primero muestras de ADN en caso de que hubiera habido una relación sexual. Y con esmero y precaución empezó su higiene. Tanto énfasis le estaba poniendo en su limpieza, que empezaba a notar que su miembro se endurecía. -Solo me faltaba eso- pensó-, una erección en estas extremas circunstancias. Luego no pudo evitar una eyaculación en el interior de sus pantalones. La cosa se le complicaba por momentos, cada acción que se suponía que tenía que solucionar algo, parecía complicarsela más. Solo me faltaba moverme con los pantalones húmedos- se dijo-.
   Después de este proceso, continuó con la limpieza haciéndolo en todas las posibles partes que él hubiera podido tocar: el despertador, el interruptor de la lamparilla, etc... Tenía que dejar la menor huella posible de su instancia, y de restar una relación con esa mujer y con su vivienda.
   -¿Pero, en donde estoy?- se volvió a preguntar por segunda vez. E indagó por la casa en busca de
pistas que le pudieran dar mas referencias. Encontró unas cartas todavía sin abrir de una sucursal bancaria en la que por fin averiguó la dirección; estaba en la calle Valparaiso nº 13 en su sexta planta, y la carta iba dirigida a una tal Irene Mateu Garcia. Ya sabía como se llamaba la víctima a la que acababa de sanear, o se le suponía que se llamaba así; y el nombre de esa calle seguía sin darle pistas de su situación, puesto que no conocía ni siquiera que existía. Y por supuesto, que estaba en un sexto piso con una excelente vista de la ciudad, en el número trece de ese lugar.
   Poco había avanzado en detalles de su localización, y el nombre de la víctima lo estuvo repitiendo varias veces en su mente. Miró el reloj para saber la hora, y ya había pasado media mañana. El tiempo transcurre muy deprisa según que circunstancias, y tenía que decidir en salir de allí; pero no antes sin darle un repaso por segunda vez en todo lo que hubiese tocado. Fue otra vez a la habitación y dijo un adiós en voz alta al cadáver de la supuesta Irene, y siguió repasando con meticulosidad todos los lugares donde pudiera haber puesto sus huellas. Cuando terminó, se dirigió a la puerta de salida, y agarrando el pomo con un pañuelo de papel para no dejar la última huella, quiso abrir la puerta en silencio y con discreción para salir, pero la puerta no se abría. Estaba cerrada con llave.
Por un momento creyó que no podría salir de allí. Surgían nuevos espontáneos problemas, y ahora se encontraba que tenía que empezar de nuevo registrando el hogar, en busca de una llave y volver a borrar las pruebas de su rastro. Los nervios le tenían poseído y comenzó otra vez a sudar gotas gordas que le caían al suelo. Tenía la camisa empapada y los pantalones húmedos de su eyaculación precoz.
   -Buscaré su bolso en busca de las llaves- pensó-.
   Y otra vez de vuelta a la habitación  donde la supuesta Irene seguía sin moverse y buscó el bolso. Este no aparecía en ningún lugar.
      ¡No es posible!, toda mujer lleva uno colgado bajo el brazo-se dijo-. Entonces continuó por los cajones y armarios en busca de esas llaves desesperadamente. Llaves que le llevaría a la salida de su pesadilla. Ellas seguían sin aparecer y la desesperación en su búsqueda iba marcando sus huellas que después tendría que volver a borrar.
   ¡No es posible! ¡no es posible!- casi gritó- ¡tengo que salir de aquí!-exclamó. Agotado se sentó en el sofá sin acomodarse, y buscó un cigarro en sus bolsillos para calmarse, lo necesitaba, y se prometió guardarse la colilla. Al fin y sin querer, vio en una pequeña mesita un cenicero donde reposaban unas llaves. Respiró profundamente y casi en dos caladas se fumó el cigarro. Apago la colilla, se la guardó en el bolsillo y comprobó en silencio si eran las llaves acertadas.
   Una llave, otra llave; y al fin, la tercera llave, giró el paño de la puerta, - ¡uuf! se dijo suspirando,- vio que se le acercaba el fin a su problema.
   Abrió la puerta muy lentamente dejando una ranura vertical para ver el exterior. Después de comprobar que podía salir sin ser visto, se dirigió hacia las escaleras donde pensó mejor bajarlas andando, despacio y sin hacer ruido. Previamente se aseguró de cerrar bien la puerta. No sabia si cerrarla con llave o no. Al final decidió cerrarla sin llave guardándoselas en el bolsillo del pantalón que seguían húmedos.
   Al final llegó al rellano de la portería y semi escondido vio gente que entraba en el edificio que se dirigían al ascensor. -He tomado una decisión acertada en bajar a pie,- se dijo. Entonces esperó desesperadamente que no le vieran ni se encontrará con nadie en las escaleras. Parecía un edificio muy concurrido, porque en un largo periodo de tiempo, no paraba de transitar gente. Deben de haber oficinas-pensó-. Parecía que se le acercaba el momento de poder salir, y así lo hizo. Antes de salir al exterior, se acercó a los buzones y buscó la sexta planta, Sí, eso parecía; allí decía que vivía una Irene Mateu Garcia. Solamente figuraba su nombre. O sea,- se dijo- parece que vivía sola.
   Entonces salió a la calle, respiró y caminó. Tampoco recordaba como había llegado hasta allí, preguntándose en donde demonios habría dejado su coche. Y todavía con los pantalones mojados, decidió tomar un taxi y huir. Huir de ahí lo antes posible." (continuará).......

9 ago 2017

"La soledad, a veces trae esto" (Cuento-narración)

"No me dejes solo entre personas
llenas de certezas. Esa gente  es
terrible" (Antonio Tabucchi)



   "Era un hombre de mediana edad, pasaba ya la cincuentena. Se encontraba en una situación precaria, vivía solo y estaba cobrando una miseria de subsidio de desempleo como única ayuda del estado. A veces pensaba y daba gracias al destino de poder tener su vivienda ya pagada y de saber sobrevivir con escasas necesidades. Por las mañanas solía pasear aprovechando el sol matinal y sentarse en un pequeño jardín que se había formado en un solar abandonado, y leer el periódico gratuito que solían regalar en las bocas de los metros.
   El hombre se mantenía higiénicamente correcto, pero su precariedad le hacia mantener el aspecto de un indigente abandonado de la mano de Dios. Estaba totalmente en desacuerdo con las normas y las costumbres que estaba creando una sociedad moderna. Por lo tanto, esto lo convertía en un inconformista rebelde, en un -fuera de la ley-, cada día apartándose más de la sociedad, sintiendo que las nuevas reglas de la sociedad no eran para él. Esto lo hacia sentir más solitario. Las personas solitarias son casi invisibles a los ojos de  otras personas. Solo las ves cuando uno abre los ojos a la realidad.
   Las personas diferentes o solitarias no gustan al resto de la sociedad; y esto hace que la soledad sea más grande.
   Siempre hay gente que le molesta la presencia en las calles de este tipo de personas solitarias, esa -aporofobia- o rechazo al pobre, que deambulan de un sitio para otro, sentados en bancos como seres fantasmales.
   Daba la casualidad, que en el barrio estaban atravesando una pequeña ola de atentados terroristas, que la policía y la prensa atribuía a la acción de una persona solitaria, y pedían la colaboración ciudadana ante cualquier sospechoso para frenar esos actos delictivos.
   Entonces ocurrió lo que a veces uno no espera. Unos vecinos denunciaron como un posible sospechoso a nuestro amigo.
   A primera hora de la mañana, fue detenido violentamente mientras leía el periódico en el mismo lugar de cada día. En la comisaría fue retenido, posteriormente interrogado, y más adelante torturado.
A pesar de que no habían encontrado las suficientes pruebas y su casa había sido registrada e interrogado a sus vecinos, pasó un tiempo en prisión preventiva.
   Dio la casualidad que los atentados dejaron de sucederse coincidiendo con el arresto. Entonces creyeron que habían acertado con la detención de nuestro hombre. El barrio volvió a la calma, y los vecinos volvieron a sentirse más seguros.
   Así pasó un largo periodo en la soledad también, pero está vez, la de una prisión. La vida a veces es injusta hasta con los justos.
   Mucho tiempo después, en el barrio, ocurrió otro atentado aún más grave. Las características eran similares a los actos anteriores. Obra posible del mismo hombre solitario.
   Los agentes de seguridad y los medios de comunicación habían encarcelado a un inocente.
   Días después procedieron a su libertad. El hombre salió de la prisión con lo que llevaba puesto el mismo día de la detención. Nadie le esperaba a su salida, ni siquiera le dieron disculpas ni indemnización. Pero él ya no era el mismo. Los malos tratos y el daño psicológico de su detención, y el tiempo carcelario, habían magullado todo su cuerpo. Se notaba que sus piernas ya no podían aguantar su peso al caminar.
   El hombre, al día siguiente, ordenó como pudo y a pesar de sus dolencias, su casa. El registro policial lo había dejado todo patas arriba. Después de esto, el hombre volvió a sus costumbres de antaño; coger el periódico gratuito y leerlo tranquilamente en su asiento tomando el sol. Leyéndolo
entró en un profundo sueño del que ya no despertó.
   La policía, a la mañana siguiente, fue a recoger su cuerpo inerte que aún permanecía en la misma posición, y con el periódico en la mano. En este, se podía leer las injusticia que se había cometido al arrestar a un hombre solitario. Su nombre aparecía escrito en un artículo. Era la única vez en su vida en la que se hablaba de él como un hombre justo, que cayó en manos de una injusticia"
     *****

  


 

14 abr 2017

EL HOMBRE DE LOS ABRAZOS (narración)


" Si me ves por alguno de
tus pensamientos,
abrazame que te extraño"
 (Julio Cortazar)

"Quizás un abrazo no resuelva nada
pero a veces es muy necesario"

   La mujer estaba agotada. La vida la había impuesto un ritmo muy difícil de sobrellevar: el trabajo, la casa, los hijos, y los quehaceres diarios junto a la monotonía, la tenían últimamente al límite de la intolerancia. Tenia muchas ganas de tirar la toalla, de abandonarlo todo. Un cambio en mi vida me iría bien- pensó-, pero eso seria como traicionar a todo aquello que le había hecho llegar hasta ese mismo momento. Traicionar a toda esa lucha que reconocía que no le había servido para nada; bueno si; para pagar la vivienda, comer, y los estudios de los hijos, pero... no es lo suficiente. De la vida siempre se espera algo más. Algo más que todo eso. Lo que menos esperas es encontrarse en un camino que no conduce a ningún lugar. Los años no pasan en balde y el cuerpo cada vez se castiga más.
   Estaba muy cansada, reventada de trabajar sin parar, siempre con problemas pendientes. Se acostó en el sofá buscando y queriendo rememorar cuándo fue la última vez que se sintió relajada y feliz, indagando en su memoria ese último recuerdo de relax y felicidad. Necesitaba recordarlo y recuperarlo para saborear ese instante y volverlo a experimentarlo en su mente. Quizás así lograría aunque fuera por unos minutos, volver a ser feliz. Y buscando esos minutos de felicidad se durmió.
   Cuando despertó, lo hizo con mal humor. No había logrado reconstruir ese momento, y enseguida lo dejó como una búsqueda imposible. La mujer volvió a las tareas diarias a la que enseguida se encontró sumergida. Al fin llegó la noche, y sin esperarlo ni desearlo, la mujer se despertó a las cuatro de la madrugada. Su busqueda le estaba dando la respuesta a esa hora tan vespertina. Recordó un día, mientras paseaba en unas ramblas, donde un hombre entrado en edad, daba unos abrazos milagrosos a cambio de unas simples monedas para ayudarle a su manutención. El hombre parecía simpático y de apariencia limpia, ¿por qué no darle una pequeña limosna y recibir unos abrazos a cambio? -pensó-, peor es pedir a cambio de nada.
   Recordó que sacó de su bolso unas monedas dirigiéndose al mendigo. Mientras se acercaba, el hombre iba extendiendo los brazos hacia ella para recogerla. La mujer se acercó y se dejó sostener por aquellos fuertes biceps que le hacia recordar al <abrazo del oso>. La mujer notó una presión justa en el abrazo y por un instante creyó que se fundía formando parte de él. Las mejillas se rozaron, y ella notó la barba del hombre en su rostro, y percibió que su olor corporal no olía a nada. El abrazo duró un minuto, y la mujer le dió las monedas al hombre mirándolo a los ojos. Se sintió feliz porque comprobó que con el simple gesto de dar unas monedas, lograba dar la gratitud a esa persona.
   Fue entonces cuando en aquella misma tarde, cuando llegó a casa notó el efecto del abrazo. De repente, le llegó la calma, la felicidad, la ausencia de dolor, la despreocupación. Una felicidad casi absoluta.
   Pero todo tiene una duración, y las buenas sensaciones se pasan pronto. Ese instante, poco a poco se fue alejando de la mujer, sin ni siquiera, pensar que era debido al abrazo del hombre, sino, a una mera casualidad del destino.
   Hasta ese momento de querer recuperar ese último instante de felicidad, la mujer no reconoció que todo el bienestar que había tenido se debia a aquel abrazo milagroso que anunciaba aquel pequeño y arrugado recorte de cartón.
   Había transcurrido mucho tiempo de aquel agraciado encuentro, y ella pensó que recuperaría el alivio volviéndose a encontrar con el hombre y darse otro abrazo. Así que en la primera tarde que tuvo libre, fue a la misma rambla para su encuentro. Pero como es normal en estos casos, el hombre ya no estaba. La mujer preguntó a la vecindad cercana del lugar, pero ni siquiera nadie se acordaba del hombre y muchos menos <del que daba abrazos>. Con frustración la mujer volvió a su hogar, y allí prometió que no descansaría hasta encontrarlo, pues necesitaba otro abrazo desesperadamente para tener unos momentos de paz y de confort a su cansancio.

Así estuvo indagando cerca de un año en una imparable busqueda semanal, hasta que de repente e inesperadamente, allí estaba aquel hombre en la salida de un hospital ofreciendo sus abrazos, anunciándose con el mismo cartoncillo los <apretones milagrosos>.
   A la mujer le faltó tiempo para abalanzarse hacia a él. El hombre la vió venir y comenzaba a abrir sus brazos hasta que la recogió y la hundió en su pecho con el justo y preciso abrazo como solía hacerlo.  Cuando terminó, esta vez la mujer sacó un billete de su bolsillo y se lo entregó.
   Todo seria diferente -pensó ella-, si tuviera a estos abrazos en mi casa. Nunca habia imaginado lo pleno y reconfortable que es sentirse abrazada. De repente, apareció en su memoria, el último abrazo de su marido, pero no recordaba la circunstancia. Solo le venía a la cabeza, la imagen última y de pocas palabras, cuando su marido le dijo: -voy a comprar tabaco-; y ya no volvió más. Ya nunca supo más de él, y los niños crecieron con la imagen de su padre en una fotografía familiar que presidia el comedor. Desde entonces continuó su vida casi en una soledad absoluta, sintiéndose culpable de la fuga de su marido.
   Aquellos abrazos era lo único que le consolaba y sentía que recuperaba la paz que tanto necesitaba. Volvía semanalmente al encuentro del hombre de los abrazos. Poco a poco sentia mayor necesidad de fundirse en esos brazos, y poco a poco fue trabajando y conquistando el corazón de este hombre, al que finalmente, le propuso que se fuera a vivir con ella a su casa.
   Las vidas de dos personas se unificaron. Una consiguió el abrigo de unos abrazos, y el otro, el abrigo de un hogar.

*(Imagenes de Kültür Tava.)
** Posteriormente a esta publicación, le dedico este cuento a Llorenç, que en pleno mes de diciembre del 2019, ofrecía abrazos gratuitos por el barrio de El Raval de Barcelona. Una admiración hacia él.
     *****  
    
   

1 ene 2017

Letra de LEONARD COHEN - You Want it Darker

 Leonard Cohen, You want it darker  
(Letra traducida de esta canción)

" Si eres tú quien reparte las cartas, yo estoy fuera del juego.
Si tú eres el que cura, eso significa que estoy maltrecho y cojo.
Si tuya es la gloria, entonces mía debe ser la deshonra.
Quieres más oscuridad,
apagamos la llama.

Magnificada, santificada, sé tu nombre sagrado.
Denigrado, crucificado, en el armazón humano.
Un millón de velas encendidas por la ayuda que nunca vino.
Quieres más oscuridad.

Aquí estoy, aquí estoy (hineni: hebreo)
Estoy listo, mi Señor.

Hay un amante en la historia,
Imagen relacionadapero la historia sigue siendo la misma.
Hay una nana para el sufrimiento,
y una paradoja a la que culpar.
Pero está escrito en las Escrituras,
y no es ninguna afirmación inútil..
Quieres más oscuridad,
apagamos la llama.

Están poniendo a los prisioneros en fila,
y los guardias están apuntando sus armas.
Yo me revolví contra algunos demonios,
eran clase media y aburridos.
No sabía que tenía permiso para asesinar y mutilar.
Quieres más oscuridad.                                                                                                                                                

Hinéni, hinéni.
Estoy listo, mi Señor.

Magnificada, santificada, sé tu nombre sagrado.
Resultado de imagen de imagenes de  simbollos de leonard cohenDenigrado, crucificado, en el armazón humano.
Un millón de velas encendidas por la ayuda que nunca vino.
Quieres más oscuridad,
apagamos la llama.

Si eres tú quien reparte las cartas, déjame salirme del juego.
Si tú eres el que cura, eso significa que estoy maltrecho y cojo.
Si tuya es la gloria, entonces mía debe ser la deshonra.
Quieres más oscuridad,

Hinéni, hinéni.
Hinéni, hinéni.
Estoy listo, mi Señor."

Leonard Cohen - ( Quieres más oscuridad)
(disco publicado en octubre 2016, poco antes de su muerte en noviembre) (1934-2016)

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EPÍLOGO
Todo el mundo sabe que Leonard ha vuelto por el dinero. “¡Coge el dinero y corre!”, pueden pensar algunos... Sí, yo siempre le he visto salir corriendo del escenario, como si le persiguiera el diablo. Pero se ha pasado la vida luchando contra el demonio, y ha pasado por la vida como Jesús sobre las aguas –a veces es más difícil permanecer en la superficie–. Y se queda tres horas en el escenario, cogiendo al toro por los cuernos. (Extracto aparecido en la revista Rockdelux nº 276 en septiembre 2009)

  * Durante el año 2016 se publicó un film  que nos acercará  mucho a la figura del autor titulado "Bird on a Wire", un repaso de su gira por Europa  en 1972. Dirigida por Tony Palmer.
                      *************