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5 nov 2017

Desesperación- 2ª Parte (Narración- novela negra)

"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena 
hacerla a toda costa" (G.K. Chesterton)

Continuación...
¿Pero, quien era esa Irene Mateu?. Había pasado unos cinco meses desde aquel despertar en esa casa que le era ajena. Su mujer le estaba reprochando que ultimamente estaba comprando demasiados periódicos. Pero él hacia caso omiso al comentario, pues llevaba todo ese tiempo buscando alguna noticia en la página de sucesos que llevara como referencia la extraña muerte y sus circunstancias de la que se supone que era Irene. Pero parecía que eso solo estuviera en su mente, pues ni siquiera las noticias locales de la tv ni la prensa más especializada en sucesos criminales le hacia mención. Mientras hacía lo posible por volver a la normalidad, empezó a maquinar un plan para tranquilizar la inquietud de su mente. Cada día después de trabajar, se desplazaría a esa dirección y haría la función de un detective privado. Acercó su mano al bolsillo de su chaqueta y palpó el bulto de las llaves de la calle Valparaiso. Fue acercándose al barrio haciéndoselo familiar, observando las entradas y salidas más frecuentes del edificio. Calculó bien, recordando el paisaje que vio de la ciudad desde ese balcón, y contó los seis pisos hacia arriba. Localizó el balcón y reconoció un gigantesco macetero que le pasó desapercibido aquel día, pero que lo recordó en ese momento. Comprobó si al anochecer  se encendían la luces de la casa durante varias tardes y varios anocheceres en diferentes horas, y nadie prendía la luz ni nadie abría el balcón.
-¿Que habrá sido de la mujer? -se preguntaba-
   No había un día que no dejara de pensar en ella, que a momentos creía que se había enamorado  de aquel cuerpo desconocido y desnudo.
   Haciéndose un día el loco, se acercó al portal y tras comprobar que no había nadie, aprovechó el momento para entrar en su portería y verificar otra vez su nombre en el buzón. Su nombre seguía exactamente ahí: Irene Mateu, 6ª planta. Y en su interior podía verse que contenía varias cartas. Buscó la llave más pequeña del llavero de Irene, y abrió la portilla sacando rápidamente la correspondencia.
   Una vez en la calle, buscó un lugar tranquilo para poderlas examinar. Se estaba sorprendiendo de sí mismo de lo que estaba haciendo por culpa de su curiosidad.
   Abrió una carta que contenía una postal sin remitente de Lisboa que le decía: "He tenido un buen viaje, espero que me eches a faltar como yo te echo a ti. Sabes que te quiero.Un beso." La firma era ilegible, y no había manera de saber el nombre del amante.
   Pasaron varias semanas más, y todavía ningún medio de comunicación dio a conocer la muerte de Irene. Al menos él no lo había visto. El balcón seguía sin abrirse y su persiana se mantenía en la misma medida. Otra vez se arriesgó a fisgonear su buzón, esta vez solo encontró una suscripción de una revista de lencería femenina de moda y dos cartas bancarias junto con variada publicidad. Parecía que nadie se preocupaba de sus asuntos. Entonces le invadió un poco más la curiosidad y el interés por tener más conocimientos de ella. Tenía que reconocer que todo le había salido bien hasta el momento, y que tuvo mucha suerte de salir de aquella casa sin haber tenido más consecuencias.
Tengo que dar gracias- se dijo. Pero por otro lado sentía la obligación de hacer algo más. No puede ser que un cadáver quede olvidado y desapercibido así como así. ¿Y si todavía permanece en ese lecho descomponiéndose?- se preguntó. Tenía que encontrar un plan, ¿pero, como?.
   Pasaban más días y no encontraba ningún plan. Sus visitas al entorno de su casa cada vez eran menos frecuentes. Los medios de comunicación no figuraban un suceso como el suyo. Y la ventana del balcón seguía en la misma línea, ni más abierta, ni más cerrada. Todavía tenía las llaves en el bolsillo y tenía que hacer algo.

  Llegó el día que se notaba muy valiente y decisivo. -Hoy tengo que intentarlo,- pensó sonriendo. Entonces decidió entrar en esa casa otra vez. Con todas las precauciones del mundo entró en ese edificio sin ser visto, y en unos minutos ya se encontraba frente a la puerta fatídica. Acercó el oído derecho para averiguar si oía algún ruido o voz en su interior, pero lo único que escuchaba era el latido de su corazón golpeando más fuerte que nunca. Entonces decidió pulsar el timbre y esperar a que le abrieran la puerta. Pero no, nadie contestaba a su llamada. Disimuladamente hizo como si bajara la escalera y esperó un rato. Si me hubieran contestado- pensaba- simplemente me disculparía diciendo que me he equivocado de piso.
   Llegó el momento decisivo de introducir la llave en su cerradura y hacerla girar. Sin pensarlo dos veces, eso es lo que hizo. Con mucha precaución entró sigilosamente poniendo atención a los ruidos, porque eso quería decir que sí había alguien. Pero no se escuchaba nada, y fue comprobando estancia por estancia, si alguien andaba por la vivienda. No, no había nadie. Todo parecía estar en perfecto orden, todo se mantenía en el mismo lugar, por lo menos en las cosas que él recordaba. Antes de entrar en la famosa habitación, tomó aire, igual y como cuando un buzo se introduce en el mar y se prepara para la sorpresa. En la habitación no había nadie; eso era de esperar, y la cama estaba hecha, estaba intocable. Todo estaba como aquel día: el despertador, la lamparilla, los muebles. Todo, pero sin ningún rastro de la mujer. -¿Que habrá sido de ella? - se preguntó otra vez.
   Se mantuvo en pié recordando a aquella mujer tumbada en el lecho. Repasando mentalmente cada parte de su cuerpo mientras le estaba aseando para quitarse sus huellas dactilares . ¡Que hermosa que era!- se decía. Pero no era el momento ni las condiciones para recordarla tan sexualmente. ¡No podré olvidar esto , jamás!- se volvió a decir- Por un momento pensó en registrar los cajones de la mesita en busca de más datos. Necesitaba saber más de esa mujer. Le había poseído. Sentía admiración hacia ella. -Creo que me ha enamorado,- pensó-. E inclinándose para abrir uno de los cajones, observó que debajo de la cama había algo. Era un libro y una prenda de lencería que ella debió de dejar en el momento de desnudarse, o que olvidaron de recoger cuando se llevaron el cadáver. Cogió la prenda y se la guardó en el bolsillo. En el momento de coger el libro oyó un ruido en la puerta. Alguien quería entrar. Rápidamente se metió debajo de la cama todo asustado. El corazón le podía delatar porque le latía fuertemente. Entonces se mantuvo en silencio debajo de ese lecho a la espera de alguna sorpresa.
Oía ligeros golpes, silencio, y otra vez unos golpes. -¿Quien será?- se preguntó procurando silenciar el sonido de su respiración mientras unos pasos se acercaban a la habitación. Había tanto silencio en esos momentos, que podía oírse un respirar; al menos eso es lo que le pareció a él.
La persona entró, se sentó en la cama y tecleó un móvil, pero no se sabe si era una llamada sin respuesta o una consulta. Quería ver las piernas, pero precisamente estaba en la posición opuesta, y no sabia si era un hombre o una mujer. Un simple ruido le podría delatar si se movía. El nuevo intruso se incorporó y registró unos cajones sin hacer siquiera un comentario en voz alta para sí solo.
   Al cabo del rato parecía que se marchaba. Se oyó un golpe de puerta y una cerradura. Él quiso asegurarse unos minutos más tumbado en el suelo, y cuando creyó que estaba seguro, salió del escondrijo. -Será mejor que me largue- se dijo- quien sabe que más puede suceder. Se quitó un poco el polvo y procuró esta vez no dejar huellas. Se dirigió a la puerta con el libro en la mano y salió por segunda vez de esa casa victorioso con la máxima discreción. Una vez dentro de su vehículo se dispuso a hojear el libro, al que la situación todavía no le había dejado de leer ni el título. "Historia de la Mitología Universal", -interesante- se dijo, y entre sus páginas, notas y apuntes escritos a lápiz, también sobresalía una tarjeta de visita, como haciendo la función de punto de lectura. La giró y leyó el nombre: Carmen Ferrer Ruíz. Era el nombre de su mujer. (Continuara...)