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28 mar 2022

El piano de Bernat (Narración)

 "También mueren los lugares donde fuimos felices" (J. Ramón Ribeyro)


"Bernat era uno de esos típicos amigos que lo son por una temporada de tiempo, porque no tardan en desaparecer como si se los hubiera llevado el viento. Después nunca más se saben de ellos. Conocí a Bernat en una de esas reuniones que hacíamos en el barrio, sobretodo los sábados por la tarde, en una iglesia donde por entonces, el párroco permitía hacer encuentros clandestinos, y comprendiéndonos perfectamente, se sinceró con nosotros. Consistía en el intento de formar una agrupación de un movimiento de jóvenes que intentábamos animar y construir en el barrio, un ambiente libre, cultural y obrero, además de fomentar unas reivindicaciones por entonces necesarias. Era el comienzo de la democracia española. Éramos unos jóvenes muy utópicos, y sólo conocíamos el - concepto democrático - muy superficialmente, por lo que habíamos leído, o de las noticias que nos llegaban de esos países que para nosotros eran socialmente muy avanzados.

   De todos los componentes del grupo, con el que mantuve más sinceridad, fue con Bernat, que trabajaba en un organismo oficial del Estado, y su horario, a envidia del resto del grupo, le permitía tener unas horas libres de más, con lo cual, podía dedicarse con suficiencia a sus aficiones.

   Entre algunas de ellas, había el ciclismo. Tomaba la bicicleta y  trataba de recorrer kilómetros sin ponerse meta ninguna. Cuando no, hacia largas caminatas. La mayoría de las veces esos ejercicios eran nocturnos porque decía que andaba a sus anchas, sin tráfico y sin que nadie le molestase. Y porque la capital de noche, tenía otro color y parecía ser otra ciudad. Era un tipo muy peculiar. A veces, de esas incursiones nocturnas, regresaba a su casa con algún objeto decorativo hallado y abandonado al lado de las basuras. La mayoría de esos objetos eran de cerámica. 

   Una vez tuve la oportunidad de visitar su casa. Vivía en un cuarto piso sin ascensor, en un edificio centenario con escaleras estrechas y oscuras. Me pregunté, cómo diablos podía subir y bajar su enorme bicicleta con el escaso espacio que contenía su vieja escalera. Su vivienda tenía todavía aquel ambiente antiguo de su habitante anterior, como si en ese habitáculo no hubieran transcurrido el paso de esos años. En un rincón se mantenía perfectamente erguida, una vieja estantería carcomida en la que exibia sus trofeos de cerámica encontrados. Era casi el único rincón de la casa en la que parecía que te situaba en un auténtico museo. Allí se reunían retales de platos, vasijas, botijos, o figurillas diversas, incluso orinales y otros recipientes. Todo muy decorativo con sus dibujos, grabados y colores, donde algunos de ellos se mantenían colgados en la pared sujetos con clavos oxidados. Su colección era admirable y una obra de arte.

   Esto es lo que he estado recogiendo en estos años - me dijo orgulloso y a la vez con un tono agotado, muy habitual en él -. La gente no sabe lo que tira, se cansa de su objeto o la hereda de algún familiar sin darle ningún valor. He podido comprobar que algunas de estas piezas tienen un valor, porque algunas incluso, son de principio de siglo - continuó diciendo-.

   Posteriormente, la segunda vez que visité su casa, fui invitado porque quería enseñarme un piano de cola que había adquirido por buen precio en una oferta de segunda mano. Una oportunidad que no podía perder. Tocar el piano era otra de sus grandes aficiones que mantenía oculto. Se gastó sus pocos ahorros en conseguirlo. Se sentó delante del piano con un abrigo largo que le cubría sus rodillas y una enorme bufanda que le daba dos vueltas alrededor del cuello. Era pleno invierno y hacía mucho frío. Se sopló los dedos de sus delicadas manos calentándolos con su aliento y empezó a tocar lo que parecía una sonata de Chopin. Su ventana estaba rota y sin cristales, y le faltaba un trozo de pared. Por ese agujero pasaba un tremendo aire húmedo en aquella tarde del sábado. No nos dimos cuenta que esa habitación donde solamente figuraba ese enorme piano, se estaba cubriendo de la neblina de la ciudad. Se hacía insostenible permanecer mucho tiempo más viéndole tocar orgullosamente su piano. Nos salía el vaho de la boca cuando hablábamos y de la nariz cuando respirábamos. Llegó un momento que Bernat parecía un ser fantasmal, como si fuera el verdadero fantasma de la ópera. La humedad de la tarde y la escasa iluminación de una bombilla, le daba ese ambiente misterioso mientras se escuchaba aquellas monótonas notas musicales por toda ese edificio. Era una habitación pequeña, sólo con esa pobre luz y el piano de cola, que también tenía en sus patas, marcas de golpes y agujeros de carcomas. Sin embargo, parecía que se estuviese en un pequeño anfiteatro.

   Como si me leyera el pensamiento, y mientras yo me preguntaba en silencio de algunas cosas, me confesó, que no se había gastado su dinero sólo en el piano, sino también en su transporte especial, sus permisos del ayuntamiento para cerrar el tráfico de su calle y una grúa para izar el instrumento al cuarto piso, y las obras de hacer el agujero para introducirlo en la habitación. Todo esto, a unas horas de la mañana para interrumpir lo menos posible el tránsito ciudadano. -Fue como una aventura - me dijo .

   A pequeños momentos, paraba de darle alguna tecla para hacer algún comentario breve. -Confieso que a veces necesito el toque de unas breves notas y contrastarlas con el silencio del lugar - me comentó.

   Después de un largo tiempo, me lo encontré de nuevo en un paseo cerca del mar. Me dijo que había metido en su hogar, a un mendigo argentino que fue conociendo en sus travesías nocturnas. Le dio cobijo y poco a poco, con discursiones y violencia, se fue apoderando de su vivienda y del piano. La cuestión que no me terminó de explicar, fue de un complicado papeleo y una justicia lenta, que Bernat por temor, se vio forzado a dejar y tuvo que cambiarse de hogar y abandonar sus bienes, inclusive el piano.

   Años después, creo que la suerte le acompañó. Le volví a ver a lo lejos en el mismo paseo de la última vez. Esta vez, lo vi acompañado de una bella chica con un niño en sus brazos. Desde entonces, han pasado muchos años. Mantengo todavía en el recuerdo su persona y su aventura musical, y continuo hasta ahora, sin saber nada más de él ".

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8 mar 2022

El indio Cochise, una breve historia.

 "Los únicos indios buenos que he conocido estaban muertos"(frase del General Sheridan en 1867).


*"De joven recorrí todo este país, de este a oeste, y jamás vi a otra gente que no fuera la apache. Después de muchos veranos, emprendí de nuevo la marcha y descubrí que otra raza se estaba posesionado de él. ¿Cómo era posible? ¿Por qué los apaches parecen aguardar la muerte con resignación, como si la vida se les escapara por la punta de los dedos? Vagan por las colinas y llanuras en espera de que caiga el cielo sobre ellos. Los apaches fueron una gran nación, pero son pocos los que ahora quedan; por esta razón desean morir y ofrecen su vida con sus mismas manos" ( Cochise, de los apaches Chiricahua)

   "No quiero vagar más por las montañas, deseo cerrar un gran trato... Mantendré mi palabra hasta que se derritan las piedras... Dios hizo al hombre blanco y Dios hizo al apache, y éste tiene tanto derecho al país como aquél. Quiero firmar un tratado duradero; así, ambos podrán recorrer el país sin problemas" (Delshay, de los apaches tontos).

   "De no haber sido por la matanza, serían muchísimos más los aquí presentes; pero, después de lo ocurrido, ¡quién era capaz de soportarlo!. Cuando hice la paz con el teniente Whitman, mi corazón, ensanchado, rebosaba de alegría. Las gentes de Tucson y de San Javier deben estar locas. Han actuado como si carecieran  de cabeza y de corazón... Deben estar sedientos de nuestra sangre... Esas gentes de Tucson escriben para los papeles y cuentan su propia historia. Los apaches no tienen a quien contarle la suya". (Eskiminzin,de los apaches Aravaipa).

   "Después de la visita de Nube Roja, en 1871, el comisionado Ely Parker y otros funcionarios del Gobierno trataron la convivencia de invitar a Cochise, el gran jefe apache, a Washington. Aunque en territorio apache no había habido ninguna campaña militar de importancia, desde la partida del general Carleton, a finales de la guerra civil eran frecuentes las escaramuzas entre bandas de indios errantes y colonos blancos, mineros y comerciantes que irrumpía en territorio apache en busca de mercados. El Gobierno había dispuesto cuatro reservas en Nuevo México y Arizona, pero fueron muy pocos los apaches que se decidieron a ocuparlas. Parker esperaba que Cochise contribuyera al logro de una paz duradera en aquella zona y comunicó a sus representantes allí destacados la conveniencia de invitar al jefe indio a la capital de la nación.

  Recién nacida la primavera de 1871, aquellos lograron dar con su hombre, quien después de todo rechazó la invitación. Respondió simplemente que desconfiaba de todo representante del Gobierno, fuera civil o militar.

   Cochise era un apache Chiricahua. Aventajaba en talla en la mayoría de su gente, poseía poderosas espaldas y tórax elevado, y su rostro, de ojos negros, larga y recta nariz y amplia frente, quedaba enmarcada por una leonina cabellera de color azabache. Los blancos que le habían conocido hablaban de sus amables maneras y de la apostura y limpieza de su aspecto.

   Cuando los americanos llegaron  a Arizona por primera vez, Cochise les había prometido permitir el paso de los americanos, que seguían la ruta sur hacia California, por sus tierras. De este modo, no puso objeción alguna al establecimiento en Apache Pass de una estación de pistas de la Butterfield Overland Mail Company; de hecho, los chiricahuas establecidos en la zona solían cortar leña para el puesto a cambio de provisiones.

   Entonces, un día de febrero de 1861, Cochise recibió un mensaje en el que se solicitaba su presencia en la estación para conferenciar con un oficial del ejército. Al dar por seguro que se trataba de un asunto de rutina, Cochise acudió acompañado de cinco miembros de su familia: su hermano, dos sobrinos, una mujer y un niño. El militar que deseaba verle era el teniente George N. Bascom, del séptimo de infantería; había sido destacado al mando de una compañía de soldados, con objeto de recuperar una punta de ganado y a un muchacho mestizo, desaparecidos del rancho de John Ward. Este último había acusado del hecho a los chiricahuas de Cochise.

   Tan pronto como éste y sus acompañantes hicieron su entrada en la tienda de Bascom, se vieron rodeados por doce soldados, al tiempo que el teniente exigía de modo perentorio la devolución del ganado y del muchacho.

   La noticia no era nueva para Cochise. Sabía que una banda de coyoteros del Gila había estado merodeando por el rancho de Ward y probablemente, dijo, se hallaba ahora en Black Mountain. Añadió que acaso no le fuera difícil concertar un trato. La respuesta de Bascom fue una nueva acusación contra los chiricauas. Al principio, Cochise creyó que el joven oficial sólo trataba de intimindarle o que se burlaba de él. Sin embargo, Bascom era corto de genio y, al advertir que el indio tomaba sus palabras un tanto a la ligera, ordenó el arresto inmediato de aquél y de sus familiares en calidad de rehenes.

   Cuando los soldados se cerraron en torno a ellos para cumplirla orden. Cochise rajó con su cuchillo una  de las paredes de la tienda y huyó bajo una lluvia de metralla. Aunque resultó herido, logró escapar; sus parientes, en cambio, quedaron prisioneros. Para liberarlos, Cochise y sus guerreros capturaron a tres blancos en la ruta Butterfield e intentaron concertar un intercambio con el teniente Bascom, el cual se negó rotundamente, a menos que en el trato se incluyeran al muchacho y al ganado desaparecidos.

   Furioso ante la negativa de Bascom, quien no les consideraba inocentes, Cochise bloqueó Apache Pass y  puso sitio a la estación que alojaba a los soldados. Tras un nuevo y vano intento de negociar, Cochise ejecutó a los prisioneros; fueron mutilados por los indios con sus lanzas, tras seguir una cruel práctica aprendida de los españoles. A los pocos días se vengó Bascom, al ahorcar a los tres familiares varones de Cochise.

    En este momento histórico los chiricahuas transfirieron a los americanos el odio que habían sentido siempre por los españoles. A lo largo de un cuarto de siglo, la nación apache entera iba a sostener una inexorable guerra de guerrillas, la más costosa en vidas humanas y en bienes de todas las guerras indias..."

(Extracto de "Enterrad mi corazón en Wounded Knee", escrito por Dee Brown de 1970).

Filmografía, música y literatura:

Las historias sobre los indios son diversas y nunca se han hecho una biografía justa y real de cómo eran sus costumbres, sus vidas, etc.. Las películas de western apenas dan un fiel reflejo, porque la historia es contada con la versión de los vencedores. Sólo unas cuantas y para mencionar algunas como la de "Un hombre llamado Caballo", película dirigida por Elliot Silverstein, estrenada en 1970 y protagonizada por Richard Harris. También la de "Pequeño Gran Hombre" dirigida por Arthur Penn con su protagonista Dustin Hoffman. Unas de las últimas y más bellas, como la mayoría conocemos, es la de "Bailando con Lobos" protagonizada por Kevin Costner en 1990, son las que más se aproximan a darnos a conocer la natural costumbre de los indios. A decir verdad, ellos fueron los auténticos americanos del norte como los hubo en el sur. Sus tribus en este continente fueron múltiples y extensas: Navajos, Cheyennes, Sioux, Chiricahuas, Aravaipas, Navajos, Arapajoes, Apsarokes, etc... Como se ha intentado reflejar anteriormente, el salvajismo de los colonos blancos acabó enseñando sus prácticas, con lo cual demuestra que fueron más salvajes y despiadados que los atribuidos a los indios. La literatura tampoco es muy abundante, y este de Dee Brown es un libro biográfico muy extenso y aconsejable para los interesados, donde hay expuesto un testimonio de crueldad, de expolio y de injusticia que sufrieron todas esas tribus. La información que expone en su libro corresponde entre el período 1860-1890, en una época violenta llena de codicia, de la cual fue destruida la cultura y la civilización del Indio Americano. Donde surgieron los cazadores de pieles, montañeros, mineros y buscadores de oro, pilotos de barcos fluviales, jugadores, soldados de caballería, vaqueros y pistoleros, misioneros y colonos, granjeros, ganaderos y algunos con buena fé. Para entonces el indio consistía una amenaza para toda esta gente. Por suerte, y aunque sea muy poco, quedan registradas algunas voces indias por medio de pictogramas o recogidas en panfletos que tuvo escasa circulación. Sólo al final del siglo XIX -nos dice D. Brown-, que la curiosidad de algunos periodistas lograron entrevistar algunos jefes y guerreros indios, donde la valía del intérprete (la mayoría eran mestizos) podía variar su  expresión. Por suerte, se conservan en archivos oficiales algunas historias de este pueblo. Existen otros como "El "Legado Espiritual del Indio Americano", de Joseph Epes Brown. También podemos encontrar biografías con extensas fotos de sus nativos (como en la 📸 foto de arriba  de 1908 del indio Apsaroke, Ala Roja) en la obra de Edward S. Curtis.

   Se haría justo mencionar, que en los años setenta existía una banda de funk-rock llamada Redbone, un grupo musical, ahora lamentablemente en el olvido, fundada por los hermanos Pat y Lilly Vegas. Todos los componentes eran de ascendencia nativa americana, donde reflejaban en su música y en las portadas de sus discos su clara procedencia, por entonces algo innovador y reivindicativo. Lograron alcanzar gran popularidad y éxito con algunas de sus canciones como: " Web were all Wounded at Wounded Knee" y con "The Witch Queen of New Orleans".

   También hubo una serie de TV muy famosa entre los años 1967-1971. Creada por David Dortort ( que los interesados pueden conseguir verla y disponible en Youtube), llamada "El Gran Chaparral". Un gran western donde una familia con intención de formar un rancho con ganado, se instala en el desierto de Sonora (actual Arizona). La serie se hizo muy popular contando con una inolvidable banda sonora y con unos excelentes protagonistas que alcanzaron la fama como fue : Leif Erickson, Cameron Mitchell, Henry Darrow y Linda Cristal entre otros grandes. Menciono esta serie porque el trato con los indios es precisamente con su jefe Cochise. Fue una serie costumbrista fuera de grandes heroísmos que refleja a lo largo de sus episodios, la convivencia y las costumbres, tanto como la del indio como la del colono blanco. Cómo es natural en estás series, que en la actualidad ya no son tan típicas, cuentan un dramatismo realista donde tratan las dificultades y vivencias de esa época y la de su entorno natural como es el desierto. Las difíciles relaciones entre los seres humanos blancos y con los apaches, donde en esta producción y a lo largo de sus capítulos, se les otorga un cierto respecto.

"Nadie vive mucho.

 Sólo la tierra y las montañas"

(Canción Cheyenne)

"Para comprender cómo debe ser el estado de la sociedad, es necesario tener idea del estado natural y primitivo del hombre; tal como es hoy en día entre los -indios Norteamericanos-. No hay, en ese estado, ninguno de esos espectáculos de miseria humana cuyas pobrezas y necesidad presentan a nuestros ojos en todas las ciudades y calles de Europa.

   La pobreza, por consiguiente, es algo creado por lo que se llama vida civilizada. No existe en el estado natural" (Thomas Paine, Agrarian Justice, escrito en 1795)

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7 mar 2022

Guerra y Paz, escrito de H. Hesse.

 "Sin duda tienen razón quienes dicen que la guerra es el estado original y natural. El hombre, como animal, vive mediante la lucha, vive a costa de otros, teme y odia a otros. La vida es, pues, guerra" (H. Hesse).


*"Más difícil resulta definir lo que significa la -paz-. La paz no es un estado original paradisíaco, ni una forma conseguida por un acuerdo de convivencia organizada. Paz es algo que en realidad no conocemos; algo que sólo ansiamos y vislumbramos. La paz es un ideal. Es algo indescriptiblemente complicado, lábil y siempre amenazado. Basta un soplo para destruirla. Incluso es más raro y difícil que cualquier otro logro ético o intelectual que dos personas, dependientes una de otra convivan en verdadera paz. ☮️

   Sin embargo, la paz es muy antigua, como pensamiento y deseo, como objetivo e ideal. Hace milenios que existe el poderoso mandamiento de - ¡no matarás!-, que desde hace milenios, también, es básico. Que el ser humano sea capaz de tales palabras, de tan enormes exigencias, le caracteriza más que cualquier otra cosa; le separa del animal; le separa también, aparentemente, de la naturaleza.

   El hombre -eso sentimos ante tan imponentes palabras- no es un animal; no es nada concreto, formado y terminado, nada único ni unívoco, sino algo en formación, un intento, una previsión y un futuro, proyección y anhelo de la naturaleza, que busca nuevas formas y posibilidades. ¡No matarás!  constituyó en la época en que por primera vez sonó una exigencia de prodigioso alcance. Era como si el orden hubiera rezado: ¡No respirarás!. Parecía irrealizable, absurdo, desastroso. No obstante, las formidables palabras conservaron su fuerza durante muchos siglos y valen aún hoy: crearon leyes, conceptos y tratados de ética, han dado frutos y sacudido y roturado la vida humana como pocas otras palabras.

   El -¡No matarás!- no es el inflexible mandamiento  de un altruismo doctrinario. El altruismo es algo que no se da en la naturaleza. Y -¡No matarás!- no significa que no se puede hacer daño al prójimo. Quiere decir: no debes private a ti mismo. Porque el prójimo no es un extraño, no es algo lejano, sin relación y viviendo para sí solo. Todo lo del mundo, todos de esos miles de - otros - sólo existen para mí en la medida que yo los veo, los siento, me relaciono con ellos. Y mi vida sólo se compone, en realidad, de las relaciones entre el mundo y yo, entre yo y los - otros -.

 El camino recorrido por la humanidad hasta ahora consistió en conocer y vislumbrar esto, en palpar está complicada verdad. Hubo progresos y retrocesos. Hubo momentos de luz, con los que luego no supimos construirnos más que oscuras leyes y cuevas de la conciencia. Hubo cosas extrañas como el gnósticismo y la alquimia, de las que hoy en día algunos creen saber con certeza lo insensatas que fueron, cuando quizá constituyeron, en su día, altas cumbres en el camino de la humanidad hacia la comprensión. Y de la alquimia, que fue un camino hacia la más pura mística y el total cumplimiento del ¡No matarás!, hicimos - sonrientes y con un gesto de superioridad- una ciencia técnica que produce explosivos y venenos. ¿Donde está aquí el progreso? ¿Donde el retroceso? No hay ni una cosa ni otra. 

   También la gran guerra de estos años nuestra ambos rostros. La enormidad de muertes y las crueles técnicas de asesinato se parecen sospechosamente al retroceso, diríase incluso que son una burla de cada intento del progreso y del espíritu. Algunas nuevas necesidades, comprensiones y afanes que ha hecho madurar la guerra se nos antojan, en cambio, casi un adelanto. Cierto periodista creyó poder despachar todas estas cosas del espíritu con la expresión de -moda de la, internalización-, pero ¿no andaba muy equivocado ese hombre? ¿No despreciaba con sus duras palabras precisamente lo más vivo, lo más delicado, lo más esencial y profundo de nuestra época?.

   Totalmente errónea era, de cualquier forma, la opinión que con tanta frecuencia se oía durante la guerra: que, dadas sus dimensiones y su horrenda y gigantesca mecánica, está guerra serviría para que las futuras generaciones temieran la reproducción de semejantes conflictos. El temor no es un medio educativo. A quien disfrute matando, la guerra no le quitará las ganas. Tampoco servirá de nada la evidencia de los daños materiales que una guerra causa. Las acciones de los hombres no se deben ni en una centésima parte a consideraciones razonadas. Uno puede estar plenamente convencido de lo absurdo de cualquier acto, y sin embargo, llevarlo a cabo con todo entusiasmo. Toda persona vehemente actúa así.

   Por eso mismo, yo no soy pacifista, como muchos de mis amigos y enemigos opinan. Yo creo tan poco en la consecución de una paz mundial por la vía racional, mediante predicación, organización y propaganda, como en el descubrimiento de la piedra de la sabiduría mediante congresos de química.

   ¿Cómo podrá llegar al mundo algún día, no obstante, la verdadera paz? No por medio de mandamientos, ni tampoco a través de experiencias materiales. Esa paz, como todo progreso humano, tendrá que venir del conocimiento. Más el conocimiento, si no entendemos bajo esta palabra nada académico, sino algo vivo, tiene sólo un objeto. Es reconocido mil veces por miles, y expresado de mil maneras distintas, pero constituye siempre una sola verdad. Es el conocimiento de lo que vive en nosotros, en cada uno de nosotros, en ti y en mi, de la secreta magia, de la secreta divinidad que cada uno de nosotros lleva dentro de sí. Es el conocimiento de la posibilidad de compensar en todo momento, partiendo de este punto más íntimo, todos los pares opuestos, la transformación de lo blanco en negro, de lo malo en bueno, de la noche en día. El hindú dice atman; el chino tao y el cristiano gracia. Donde existe aquel supremo conocimiento (como en Jesús, en Buda, en Platón, en Lao Tse), se traspasa un umbral tras el que comienzan los milagros. Allí no hay guerra ni enemistad. Eso nos lo dicen en Nuevo Testamento y los discursos de Gitana, pero quién quiera puede reírse de ello y llamarlo -moda de internalización-. Quien de veras lo experimente, verá en el enemigo a su hermano, en la muerte un nacimiento, en la ignominia un honor, en la desgracia un destino. Todo, en la Tierra, se nos muestra doble: una vez como de este mundo, y otra, de otro mundo. Ahora bien, este mundo significa lo que queda fuera de nosotros. Y todo lo que queda fuera de nosotros puede convertirse en peligro, en enemigo, en temor y muerte. Con la experiencia de que todo esto exterior no sólo es objeto de nuestra percepción, sino a la vez creación de nuestra alma, con la transformación de lo exterior en interior, del mundo en el yo, empieza en amanecer.

   Yo digo trivialidades. Pero del mismo modo que todo soldado muerto a tiros representa la eterna repetición de un error, también la verdad será repetida siempre de mil maneras". (Escrito del 6 de octubre de 1918, bajo el título de Pensamientos).

 Herman Hesse nació el 2 de julio de 1877 en Calw, Württenberg, Alemania. Hijo de misionero de origen báltico Johannes Hesse, y de Marie Gundert. En 1911 viajó a la India, y durante la I Guerra Mundial se trasladó a la Suiza Meridional. En 1942 recibió el Premio Nobel de Literatura. Muere en Montagnola ,Ticino, Suiza, el 9 de agosto de 1962. 

  Sus obras más admiradas entre su extensa literatura y pensamientos son: Peter Camenzind publicado en 1903, Bajo la Rueda en 1906, Gertrud en 1910, En el Camino (poemas) de 1911. En el período 1914- 1919, durante la guerra se dedica a la ayuda a los prisioneros, y aparecen algunas publicaciones relacionadas con ellos. Demian en 1919, El Lobo Estepario y Viaje a Núremberg en 1927, Narciso y Goldmundo en 1930, Siddhartha en 1931, Viaje a Oriente en 1932, en el período de 1932-1942 trabaja en su novela El Juego de Abalorios donde en 1943 aparece en Zúrich al ser prohibida por los nazis en Alemania. Todavía en la actualidad sigue siendo un referente y admirado escritor. 

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Este es un pretencioso Manual de Autosuficiencia Ética, que puede estar compuesto en diferentes partes, formado a base de fragmentos breves recogidos con la intención de fomentar su lectura, de facilitar el pensamiento y el desarrollo personal. Recordando, exponiendo y respetando, los interesantes ideales de diferentes personalidades de la historia, donde se abarcan conceptos diversos como los: sociales, filosóficos, políticos, literarios, artísticos, ficción y etc..., todavía muy válidos para la actualidad. Porque, en sí, leer ya es un acto ético.

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4 mar 2022

El Reino, relato de Herman Hesse

 "Los hechos no dejan de existir aunque se los ignore" (Aldoux Huxley).

"Sin duda tienen razón quienes dicen que la guerra es el estado original y natural. El hombre, como animal, vive mediante lucha, vive a costa de otros, teme y odia a otros. La vida es, pues, guerra" (H. Hesse).



*"Érase un país grande y hermoso, aunque no precisamente rico, en el que vivía un pueblo honrado, modesto pero sano, y que estaba contento con su suerte. No abundaban allí las riquezas y la buena vida, la elegancia y el esplendor, y algunos vecinos más ricos observaban no sin cierta burla o irónica compasión a los sencillos habitantes del extenso país.

   Pero había cosas, de esas que no pueden adquirirse con dinero y que, no obstante, son muy apreciados por el hombre, que florecían generosas en aquellas tierras por lo demás faltas de gloria. Prosperaron tanto que con el tiempo aquel país pobre se hizo famoso y admirado, pese a su poco poder. Brillaban allí la música, la poesía y la sabiduría, y del mismo modo que nadie exige de un gran sabio, predicador o poeta que sea rico, elegante y de gran categoría social, honrándole, sin embargo, por su valía, trataron los vecinos poderosos a ese singular pueblo.

   Se encogían de hombros ante su pobreza y su incapacidad y torpeza para las cosas del mundo, pero hablaban con interés y sin envidia de sus pensadores, poetas y músicos.

   Y poco a poco sucedió que si bien  el país de las ideas seguía pobre y con frecuencia sufría la opresión de sus vecinos, que por éstos y por todo el mundo se fue extendiendo una continua, queda y fértil corriente de calor y riqueza de pensamientos.

   Algo había, no obstante, una circunstancia ya antigua y sorprendente, por la que el pueblo no sólo era objeto de las burlas de los extranjeros, sino que también sufría y se atormentaba él mismo: las diversas razas del hermoso país no se habían llevado nunca bien entre sí. Incesantes eran las disputas y los celos. Y aunque de vez en cuando surgía la idea, proclamada por los más preclaros hombres del pueblo, de que convenía unirse y colaborar de manera amistosa, el solo pensamiento de que, en tal caso, una de las muchas razas, o su jefe, se alzaría por encima de los demás y tendría el gobierno en su mano, repugnaba tanto a la mayoría, que tal unión no habían llegado a realizarse nunca.

   Por fin, la victoria sobre un soberano y conquistador extranjero, que había castigado seriamente al país, pareció querer producir la tal necesaria unión. Pero las diferencias volvieron a surgir más que de prisa. Los numerosos pequeños príncipes oponían resistencia y los vasallos de estos habían recibido tantos favores en forma de cargos, títulos y condecoraciones de colores, que entre ellos reinaba generalmente el contento y nadie tenía ganas de innovaciones.

   Entretanto en el mundo entero tenía efecto aquella revolución, aquella extraña transformación de hombres y cosas había brotado cual fantasma o enfermedad del humo de las primeras máquinas de vapor y estaba cambiando la vida en todas partes. El mundo se llenaba de trabajo y actividad, era gobernado por máquinas y se veía impulsado a trabajar cada vez más. Nacieron  grandes fortunas, y el continente que había inventado las máquinas dominó aún más que antes al resto del globo, distribuyó los restantes continentes entre sus miembros más poderosos y, quien no tenía poder, no obtuvo nada.

   También por el país del que hablábamos pasó la ola, pero su parte no pasó de ser modesta, como correspondía a su papel. Los bienes del mundo parecían repartidos, una vez más, y aquel país pobre apenas había recibido nada.

   Entonces, y de forma inesperada, todo tomó otro rumbo. Las viejas voces que reclamarán la unidad de las razas no habían enmudecido nunca. Surgió un brillante y poderoso estadista, y una feliz y magnífica victoria sobre un gran pueblo vecino fortaleció y unió por fin el país, cuyos componentes fraternizaron fundando un soberbio imperio. El pobre país de los soñadores sabios y músicos había despertado, era rico y estaba unido e inició su carrera de gran potencia junto a los hermanos mayores. Fuera, en el ancho mundo, ya no quedaba mucho que robar y conquistar; en los continentes lejanos, la joven potencia se encontró con que los lotes ya estaban repartidos. Pero el espíritu de la máquina, que hasta entonces sólo se había ido imponiendo lentamente, floreció de manera asombrosa. País y pueblo se transformaron con rapidez. La nación antes poco importante se hizo rica, poderosa y temida. Acumuló riquezas y se rodeó de una triple línea de soldados, cañones y fortificaciones. Los vecinos, inquietos ante la actitud de la joven potencia, comenzaron a sentir desconfianza y temor, por lo que igualmente se pusieron a construir empalizadas y cañones y barcos de guerra.

   Más esto no fue lo peor. Había dinero con que pagar esas enormes defensas, y aunque nadie pensaba en una guerra, los preparativos seguían adelante, por si acaso, ya que los ricos les gusta ver protegido su dinero con muros de hierro.

   Lo realmente malo fue lo que ocurría en el interior del joven reino. Aquel pueblo, que durante tanto tiempo había sido objeto de burlas por un lado, y de admiración, por otro, que tanto espíritu y tan poco dinero poseyera, se daba cuenta ahora de lo bonito que era tener dinero y poder. Edificaba y ahorraba, comerciaba y hacia préstamos de dinero. Todos tenían prisa por ser bien ricos, y quién era dueño de un molino o una herrería, no veía el momento de poseer una fábrica, y quién antes daba trabajo a tres operarios, ahora necesitaba tener diez o veinte, y hubo quien tuvo centenares y miles de empleados. Y cuando más rápidamente trabajaban las manos y las máquinas, más rápidamente también se amontonaba el dinero...en casas de quién tenía habilidad para ganarlo. Los numerosísimos obreros, en cambio, no eran ya operarios y colaboradores de un maestro, sino que habían caído en la servidumbre y la esclavitud.

      Lo mismo ocurría en otros países. También allí el taller se convertía en fábrica, el maestro en señor, y el obrero en esclavo. No había país en el mundo que pudiera escapar a ese destino. Pero el joven reino tuvo la fortuna de que el nuevo espíritu e impulso del mundo coincidiese con su fundación. No arrastraba un antiguo pasado, ni riqueza de otras épocas, y pudo entrar corriendo en ese nuevo tiempo, como un niño impaciente. Tenía las manos llenas de trabajo y de oro.

   Amonestadores y exhortadores advertían al pueblo que iba por mal camino. Recordaban éstos las épocas pasadas, la quieta e íntima gloria del país, la noble misión espiritual que un día fuera su orgullo, la inagotable corriente de pensamiento, música y poesía con que regalaba al mundo. Pero la gente se reía de todo esto, ebria de felicidad con su joven riqueza. El mundo era redondo y daba vueltas, y si los abuelos habían compuesto poesías y escrito frases filosóficas, pues muy bien, pero los nietos querían demostrar que también sabían y podían hacer otras cosas . Por consiguiente, en sus mil fábricas martilleaban alegramente en la construcción de nuevas máquinas, nuevos trenes, nuevos productos, y, por si acaso, siempre nuevos fusiles y cañones. Los ricos se apartaron de la plebe, y los pobres obreros se vieron solos y dejaron de pensar en su pueblo, del que formaban parte, para volver a preocuparse de los propios problemas y buscar la forma de seguir adelante. Y los ricos y poderosos que se habían provisto de tantos cañones y fusiles para poder defenderse de los enemigos del exterior, se alegraban de haber sido tan precavidos, porque ahora había también enemigos dentro del país, quizás más peligrosos que los otros.

   Todo esto halló su fin en la gran guerra que durante años asoló de manera tan tremenda al mundo y entre cuyas ruinas todavía nos encontramos, aturdidos por su estruendo, amargados por su absurdidad y enfermos de tanta sangre como corre aún en nuestros sueños.

   Y la guerra terminó de forma que aquel joven y floreciente reino, cuyos hijos habían entrado en batalla con tanto entusiasmo e incluso con alegría desbordante, se derrumbó. Fue vencido, terriblemente vencido. Y antes de que se hablará de paz, los vencedores exigieron del pueblo derrotado un duro tributo. Sucedió entonces que durante días y días, mientras el ejercito aniquilado corría a refugiarse en su patria, se cruzó en su camino con los símbolos de la perdida grandeza, que, en larga fila, salían del país para ser entregados al enemigo vencedor. Maquinas y dinero fluían del reino vencido hacia las tierras de los triunfadores.

   Son embargo, el pueblo capitulado había sabido reflexionar en el momento de mayor peligro. Arrojando del país a sus jefes príncipes, se había declarado a sí mismo mayor de edad. Nombrado un consejo popular, la nación manifestó estar dispuesta a aceptar la desgracia con toda su fuerza y su espíritu.

    Este pueblo que ha adquirido la mayoría de edad superando tan difícil prueba, todavía no sabe adónde conduce su camino, ni quién será su caudillo y salvador. Pero el cielo si que lo sabe, y también sabe por qué envío a este pueblo y al mundo entero el castigo de la guerra. 

   Y en medio de la oscuridad de estos días reluce un camino, el camino que ha de seguir el pueblo derrotado.

   No puede volver a ser niño. Eso no lo puede nadie. El Reino no puede entregar sus cañones, sus máquinas y su dinero y dedicarse de nuevo en sus idílicas y pequeñas ciudades a componer poesías y tocar sonatas. Pero si puede, si la vida le ha hecho pasar por errores y profundos sufrimientos. Podrá recordar cómo fue el camino anterior, su origen y su infancia, su adolescencia y el brillo que alcanzó, así como su derrumbamiento, y mediante este recuerdo hallará las fuerzas que de por sí le corresponden, para no volver a perderlas. Ha de penetrar - en si mismo-, como dicen los devotos. Y dentro de sí, en lo más hondo, descubrirá íntegramente su propia esencia, y está esencia no querrá huir de su destino, sino que lo aceptará, empezando de nuevo a base de lo más noble e íntimo que habrá hallado en su interior.

   De ser así, y si el pueblo pisoteado sigue con dignidad y buena voluntad la senda del destino, se renovará en él algo de lo que antes existió. De él volverá a fluir una queda y continua corriente que penetrará en el mundo, y los que hoy todavía son sus enemigos, escucharán de nuevo con emoción, en el futuro, los murmullos de este maravilloso río"

(del 8 de diciembre de 1918). Relato incluido en su libro Escritos Políticos 1914-1932

Herman Hesse nació el 2 de julio de 1877 en Calw, Württenberg, Alemania. Hijo de misionero de origen báltico Johannes Hesse, y de Marie Gundert. En 1911 viajó a la India, y durante la I Guerra Mundial se trasladó a la Suiza Meridional. En 1942 recibió el Premio Nobel de Literatura. Muere en Montagnola ,Ticino, Suiza, el 9 de agosto de 1962. 

   Sus obras más admiradas entre su extensa literatura y pensamientos son: Peter Camenzind publicado en  1903, Bajo la Rueda en 1906, Gertrud en  1910, En el Camino (poemas) de 1911. En el período 1914- 1919, durante la guerra se dedica a la ayuda a los prisioneros, y aparecen algunas publicaciones relacionadas con ellos. Demian en 1919, El Lobo Estepario y Viaje a Núremberg en 1927, Narciso y Goldmundo en 1930, Siddhartha en 1931, Viaje a Oriente en 1932, en el período de 1932-1942 trabaja en su novela El Juego de Abalorios donde en 1943 aparece en Zúrich al ser prohibida por los nazis en Alemania. Todavía en la actualidad sigue siendo un referente y admirado escritor. 

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Este es un pretencioso Manual de Autosuficiencia Ética, que puede estar compuesto en diferentes partes, formado a base de fragmentos breves recogidos con la intención de fomentar su lectura, de facilitar el pensamiento y el desarrollo personal. Recordando, exponiendo y respetando, los interesantes ideales de diferentes personalidades de la historia, donde se abarcan conceptos diversos como los: sociales, filosóficos, políticos, literarios, artísticos, ficción y etc..., todavía muy válidos para la actualidad. Porque, en sí, leer ya es un acto ético.

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