"Un estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo" (Sófocles)
"Todo se desvanece en un día, la celebridad y lo celebrado" (Marco Aurelio)
"Érase una vez un pueblo medieval. Y eran unos días de celebraciones donde se festejaban unos años de paz de un tranquilo reinado. Eran unos reyes muy sabios que habían procurado con sabiduría apartarse de enfermedades como la peste, e ingeniosamente no participar en ninguna cruzada. Por ese motivo, su pueblo agradecía cada año, teniendo asignado una semana conmemorativa en gratitud a ese reinado.
En ese lugar nunca faltó de nada. Los alimentos eran los justos pero nadie pasaba hambre. Los enfermos eran atendidos y los moribundos eran dignamente enterrados. Las rentas recogidas eran inversamente invertidas en el progreso del pueblo. Sus casas eran de perfecta construcción de piedra. Sus calles adornadas y con calzadas anchas donde podían circular perfectamente sus carros. Los oficios en diversidad se multiplicaban. Los niños eran educados con una enseñanza estoica, pero no exenta de un cuidado de las armas porque nunca se sabe lo que el destino podía acontecer. Los reyes podían dormir tranquilos y andar por sus lugares sin ninguna protección. Sabían perfectamente que eran queridos y que tenían las puertas abiertas de cualquier hogar. De igual manera, sus tronos escuchaban cada día, las adversidades y los problemas de sus conciudadanos, donde siempre procuraban atenderlos y satisfacerlos.
En el salón del Reino se celebraba un pequeño festejo que era acompañado con algunas frutas, cereales y vino. El trovador hacía reír a su gente. Aparecían del populacho cientos de romances y poesía que a momentos eran acompañados con música. Todos ellos mostraban felicidad y satisfacción en esos instantes.
Ese mismo día, mientras el rey se levantó para mezclarse con la multitud, un hombre al que todos conocían en el pueblo con cierta fama de loco, se acercaba lentamente, con una peculiar cojera que tenía, al trono del rey. Una vez allí, se aposentó en su lugar donde a continuación con ciertas palabras y un pequeño discurso, atrajo todas las miradas y oídos del personal asistente.
Nadie sabía muy bien ni comprendían toda retahíla de esas palabras. Nadie después pareció hacerle caso, incluso el mismo rey y a la vez su reina. Estaba claro que era el loco del lugar y por ese motivo, se le permitió que se sentará en el trono y dijera esas tonterías.
El loco, seguía sentado contemplando en silencio toda la fiesta, y cuando está terminó y la gente abandonó el lugar, él siguió sentado sin inmutarse. El Rey que era un bonachón fuera de serie, esperaba que el aburrimiento y la soledad de la sala, hiciese la labor de cansar al loco para que abandonase el espacio. Así que, cuando llegó la noche, los reyes se fueron a sus habitaciones dejando al individuo sentado.
A la mañana siguiente, por sorpresa, el loco permanecía en el mismo asiento. Sólo gestos acompañados de murmullos salían de su boca. El Rey seguía confiando que el aburrimiento terminaría haciendo marchar al hombre, y continuó su labor diaria en atender las visitas en pie.
Así transcurrió un día tras otro; una semana tras otra, y el individuo permanecía en el trono.
Cuando al cabo de esos días, llegaban los mercaderes, caballeros y plebe ajenos del lugar, que querían ser atendidos por el rey, estos tomaban por rey, al loco que estaba sentado en su lugar.
El loco aprendió muy pronto a como escuchar y dictar soluciones. Los forasteros se sorprendían de las intromisiones del propio rey tomando a este por un loco. Y así fue cómo posteriormente todas las decisiones del auténtico loco se ejecutaban.
El pueblo no tardó en tener dificultades creyendo que el mismo rey había perdido la razón al dejar gobernar a un loco. Decían que su sabieza se había perdido, y su cordura trastornada.
Las gestiones desde entonces fueron pésimas. La incertidumbre gobernaba. La seguridad ya no existía. Los pocos guardias desorientados, obedecían al loco ambicioso. La hambruna habitaba en cada casa. La peste se paseaba por todas sus calles. El comercio se alejó del lugar y el pueblo entró en una guerra.
El mal se había hecho tan grande y su destrucción muy rápida, que a partir de entonces, aquella población nunca fue la misma, porque el malestar y el mal gobierno tienen difícil remedio."
"Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en un rey. El palacio se convierte en un circo" (proverbio Turco)
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