"Amo a la velocidad -me dijo-. Sé que podría incluirse en cualquier tipo de enfermedad mental. Pero la velocidad la llevo introducida en la sangre. Me produce inquietud y nerviosismo el estar apenas un minuto quieto. Eso me desquicia. Me gusta sentir ese viento que produce la rapidez del movimiento. Nunca tengo bastante, ni tengo un límite: correr y correr como sea; ese es mi asunto. Y como ya he dicho; es como una enfermedad adictiva que me tiene atrapado y que me cuesta desprenderme. Es tremendo el sabor de la aceleración. Hay un diablo dentro de mí que me ordena y obliga: a caminar, a correr, a conducir como un loco a toda velocidad. Sin pausas. La quietud me da ansias. Creo que estoy muy acorde con los tiempos en que vivimos. Me importa una mierda el pasado y el presente. Solo me dirigo a lo lejos, con rapidez y sin destino, aunque no sepa para qué; eso ni me lo cuestionó ni me lo preguntó. Correr me mantiene en esperanza".
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"La última vez que vi a Julián, fue a la salida de un hospital. Lo vi muy a lo lejos que no le pude saludar. Caminaba por una calle ascendente con sus piernas cansadas ya por su edad, a la que debía conducirle a la parada del autobús.
Nosotros trabajemos juntos. Pero de eso ahora hace mucho tiempo.
Él siempre tuvo un espíritu de solidaridad y de compañerismo, y eso siempre lo transmitía y lo contagiaba muy bien, como una cosa natural de él.
Recuerdo que un día me dijo: - tienes que venir un día a mi casa después de salir del trabajo, pues tengo un tesoro que me gustaría enseñarte-.
Cuando llegó ese día, salimos juntos hacia su casa en un transporte público.
Lleguemos y me presentó a su familia. Después me acercó a una habitación donde había una estantería con libros referentes: a la lucha obrera, a la República, y a la Guerra Civil Española; por entonces una literatura difícil de conseguir. Casi clandestina.
¡Este es mi tesoro! -me dijo-.
Años después, y como es de suponer; Julián murió. No sé si alguien tomó nota de sus experiencias como combatiente en la guerra, ni sé que fue de sus extraordinarios libros".
(The Hunter of Dreams)
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"Llena de calles por donde he girado
para evitar los lugares que me conocían.
Llena de voces que han gritado mi nombre:
Llena de aposentos donde he recobrado recuerdos.
Llena de ventanas desde donde he visto crecer
los montones de lunas y soles que se han vuelto años.
Llena de mujeres que he seguido con la mirada.
Llena de niños que sólo sabrán
las cosas que yo sé, y que no quiero decirles".
(La ciudad - poema de Gabriel Ferrater. 1922-1972)
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