"Hay una vecina que le encanta planchar. Siempre tiene dispuesta fijamente en el mismo lugar, su tabla de planchado. Sea la temporada que sea, le gusta planchar esos tejidos en ropa interior. Eso es lo que en cierto modo delata claramente su ventana de cristales biselados. Cada día, al atardecer, como si se tratase de un ritual, toma su plancha y alisa esas prendas. Especialmente, cuando es verano, esa costumbre, la trabaja en braguitas y con los pechos desnudos. Ciertamente, no es una mujer que cuente con un cuerpo excelente para enamorarse a la primera, pero no deja de ser una mujer atractiva -porque todas las mujeres tienen su encanto; sea cual sea-. Y a pesar de esos vidrios biselados, su figura contorneándose planchando esas ropas, consigue despertar la imaginación de cualquiera. Sus movimientos de vaivén que hace con su plancha, a momentos parecen un baile erótico. Si se la contempla durante un buen instante, da la sensación de que entabla un acto de amor."
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"Tuve a un compañero de trabajo que vivía solo en casa. Era un tipo un poco peculiar, le gustaba las mujeres y a veces salía con algunas chicas. Con más de alguna lograba, alguna vez que otra, hacer el acto sexual. A veces esas experiencias las comentaba con los más confiados del trabajo. Y en las conversaciones, cuando encontraba la oportunidad, le encantaba contar algunas de sus intimidades muy seriamente.
Una vez, en un aniversario suyo, y en una temporada que se encontró muy bajo de moral, sus compañeros le regalaron una muñeca hinchable. Algo que parece ser, le sorprendió mucho y con agrado. Cuando la llenó de aire, nos explico muy contento, que poseía unos ojos verdes muy grandes y unos labios perfectos. Además de una piel de látex muy lograda y fina, similar a la de una mujer. Parece ser, que la muñeca era rubia, y le puso el nombre de Lucía - en homenaje a su primera novia que nunca decía olvidar-.
Esa nueva Lucía, cada noche le hacía compañía en su cama. Le daba conversación y la abrazaba como si fuera una chica real. Incluso varias veces por semana hacia el amor con ella; y muy satisfactoriamente, - eso decia-. Por las mañanas cuando se levantaba, le daba los buenos días y un beso de amor. Y los fines de semana, como disponía de más tiempo, la aseaba y le cuidaba su dorado cabello.
Al cabo de mucho tiempo, y como si la broma de su regalo hubiera sido una fantasía, le pregunté por su muñeca. Él me confesó, también seriamente; que se encontraba enamorado y muy satisfecho con ella, y que sorprendentemente, aún mantenía sus relaciones conyugales."
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