"Es una excelente manera de transmitir enseñanzas en el difícil arte del cuento breve y sencillo"
La Cesta (cuento bosquimano)
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Ilustración de Juliet Pomés |
Había una vez un hombre que estaba profundamente enamorado de una mujer. La veía pasar todos los días con una cesta de mimbre colgada bajo el brazo. Él sabía que ella le amaba tiernamente porque nunca le miraba a los ojos. Un día, le pidió matrimonio y ella le respondió que sí pero poniendo la condición de que: nunca mirará dentro de la cesta de mimbre hasta que ella le diera permiso. Así se casaron y fueron muy felices. Pero el marido al tiempo olvidó su promesa, y un día que ella había ido al mercado abrió la cesta. Asombrado, comenzó a reírse. Estaba vacía. Cuando ella llegó sus ojos se le nublaron de lágrimas, de alguna manera supo que su marido había roto su promesa y le miró acusadora y llena de pena. Él trató de justificarse: "Mujer loca -le dijo-, no había nada allí dentro". "Nada" - murmuró ella-. "Nada" - contestó él -. Entonces la mujer dio la vuelta y caminó hacia el sol poniente hasta que su figura desapareció entre los rayos anaranjados. Nunca nadie la volvió a ver sobre la faz de la tierra.
No, la mujer no se marchó porque él hubiera roto la promesa sino porque al mirar en el interior no vio nada. Ella había llenado aquel cesto de cosas hermosas que había recolectado del cielo: polvo de estrellas, rayos de luna, colas de cometas y etc ... Cosas destinadas a llenarles de felicidad. Cuando él miró y no pudo verlas, ella comprendió que ya no había nada que pudiera hacer y desapareció.
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La llave de la felicidad (cuento oral hindú)
Un ser Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero cierto día, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron en Él. El Divino se quedó nuevamente triste y solo. Reflexionó y pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que esté pudiera descubrir la llave de la felicidad, encontrar el camino hacia él y volver a quedarse solo. Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que las personas no diesen con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito donde los individuos no pudiese hallarla. Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar; luego, en una caverna en los Himalayas; después, en un remotísimo confin del espació sideral. Pero no se sintió satisfecho con los lugares pensados. Pasó toda la noche en vela, preguntándose cuál sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. Pensó que el individuo terminaría descendiendo a los océanos más abismales y que allí llave no estaría segura. Tampoco estaría en una fruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría todo el universo. "¿Donde ocultarla?", -continuaba preguntándose al amanecer-. Y cuando el sol empezaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en que las personas no buscaría la llave de la felicidad: dentro del individuo mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad.
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