by: Welderwings |
Nunca se sabe si el don que puede poseer una persona puede ser un defecto o una virtud. Este es el caso de un antiguo conocido, un tipo grandullón con un cuerpo atlético y con voz potente que poseía el don de la palabra y con ella, llevar el engaño. Tal era su palabrería y la manera de exponerlo que ponía un cierto sentimiento que convencía a todo aquel que le escuchaba. De tal modo, que se libraba de aquellos esfuerzos o compromisos que requiere los trabajos. Sólo con el tiempo, los encargados y compañeros se daban cuenta de la habilidad de su arte, por lo cual muchos de ellos trataban de evitarlo.
Aún así, muchos y muchas inocentes, cayeron en en sus marañas.
Ocurrió este suceso que mantuvo en un trabajo temporal de mantenimiento como peón en un convento de religiosas como ejemplo de su gran arte del engaño. El trabajo consistía en renovar una larga tubería de agua, con lo cual, eso llevaría un cierto tiempo.
En el transcurso de ese tiempo, se familiarizó con una religiosa que se encargaba del seguimiento y de facilitar requisitos técnicos a los operarios.
Este antiguo compañero, como era habitual en él, exponía su arte con buenas palabras intentando demostrar ser un buen cristiano. Y como el lugar del trabajo era en ese convento, añadía en sus diálogos palabras religiosas que atraían y seducían a la devota que hasta ese momento, no había visto un hombre tan agraciado, correcto y religioso como él demostraba.
No pasaron muchos días que la monja sentía atracción hacia él favoreciéndole en sus labores. Poco a poco se fue acercando una intimidad próxima. El mencionado compañero se lo sabía trabajar muy bien con saña y paciencia. Sabía que bajo aquel hábito blanco, existía un bello cuerpo de mujer. Y entre ¡alabado sea Dios! y ¡gracias al Señor!, iba convenciendo de su religiosidad a la monja.
Llegó el día que una parte de la tubería tenía que instalarse en una sala grande, lo cual ello dió la oportunidad de que ambos se encontraban solos. Las miradas de deseo y los suspiros de sus respiración llenaban el ambiente del habitáculo. ¡Oh hermana, es usted tan buena conmigo que Dios se lo tendrá en cuenta! -le dijo-. Con comentarios similares, convenció y atrajo hacía sí a la pobre monja. Y él, entre palabras religiosas y amorosas, juntaron sus labios. De los labios se pasó rápidamente hacia las caricias en los pechos y poco después, al acto sexual. ¡Alabado sea Dios! ¡Alabado sea Dios!, se decían uno al otro con el vaivén de sus movimientos. ¡Dios nos quiere!. Y mientras el acto se consumía a pie derecho, esas palabras seguían pronunciándose por ambos.
Cuando el acto sexual terminó. La pobre monja le confesó que había visto al mismo Dios, y que había comprobado que existía realmente.
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