el que mi mirada se precipite hacia la altura
y mi mano quiera sostenerse y apoyarse-
¡en la profundidad!" (Nietzsche)
" Existe una cierta leyenda subterránea de que hay un vagabundo que vive en sus interioridades. Un pobre hombre que se encuentra abandonado al azar de la oscuridad del metropolitano.
Su historia es conocida escasamente por unas cuantas personas, y de difícil creencia, pues el hombre tiene la habilidad de pasar inadvertido, como si no existiera. Solamente se hace notar cuando este se siente muy necesitado o tiene que pedir limosna. Las vestimentas rotas que siempre lleva le hacen inconfundible.
Se decía que siendo hijo único de una indigente, y desde que amamantaba los pechos de su madre, ya respiraba el aire del subterráneo. Cuando su madre murió siendo él todavía un adolescente, continuó haciendo lo único que había aprendido: vivir en las entrañas del metro.
El paso del tiempo hizo del muchacho un experto de esos túneles. Acabó conociendo cada rincón, cada entrada y salida y cada ramificación mejor que sus propios intestinos. Se movía en sus interiores como Pedro por su casa. Siempre viviendo de la mendicidad, de objetos perdidos, y a las más maduras con pequeños hurtos. Conociendo a otros pasillos subterráneos ajenos al metro que conducen a otros rincones y a otros mundos de la ciudad. Conductos como los agujeros negros del espacio y grutas que no figuran en los planos del ayuntamiento. Segmentos, bifurcaciones, calles oscuras y cloacas, en las que los únicos habitantes son sus ratas y algunos reptiles. Salidas de emergencias, depósitos de agua, y túneles antiaéreos de la Guerra Civil. Y por suerte con divisiones paralelas que incluso desembocan en jardines y palacetes privados de la parte rica de la ciudad. Otros conducen a hogares particulares y a grandes comercios. Se puede decir que nunca le falta nada. Pasa inadvertido para sus propietarios y autoridades. Como si se tratara de un verdadero fantasma. Incluso de cuando en cuando se sirve de algunas comodidades que estos lugares y hogares ofrecen. Siempre lo hace sobre lo seguro, cuando sabe que en ese lugar no hay nadie en ese momento o en esos días. Se puede duchar, ver películas en televisión, dormir en cómodas camas, ponerse la calefacción en invierno, e incluso tomarse unos baños en ciertas piscinas en verano. Eso sí, procurando siempre de dejarlo todo igual, como si nadie hubiera concurrido el lugar, evitando controles de seguridad y algunas alarmas.
Ahora, debido a su avanzada edad, es más frecuente verle en los andenes. Tiene a pesar de todo el dichoso vicio de limosnear, y sobre todo siempre pide a los transeúntes la voluntad de 0,50 cts para unas caprichosas galletas que sólo encuentra en según que máquinas expendedoras de dulces. No las encuentra en ningún otro lugar.
Hay algunos comentarios chismosos que dicen que se trata de una apóstol disfrazado para comprobar la buena voluntad de la gente.
El indigente cada día permanece a una cierta hora en la estación de metro de Guinardó de Barcelona, muy cerca de su máquina expendedora de galletas. Nunca suele hablar con nadie, y suele sostener siempre en sus manos unas hojas de periódicos y un libro ya roído por el paso del tiempo, siendo imposible averigüar su título y su autor. No se sabe cuantas veces lo habrá leído suponiendo que sepa leer.
Unas ancianas que ya conocen al mendigo, preparaban las monedas de 0,50cts mientras este se les acercaba. Cuando las cogió, mirando a los ojos de las octogenarias, les dijo que: ¡hasta las buenas personas se las suele llevar el diablo!.
(Foto de la imagen: Lee Jeffries)
*****