"El arte de leer es, en gran parte, el arte de volver a encontrar la vida en los libros y, gracias a ellos, de comprenderla mejor" (André Maurois 1885-1967).
La pasión del viejo Mario era la lectura. Su afición era de tal envergadura, que desde las primeras horas de la mañana, incluso antes de desayunar, sus ojos se abalanzaban sobre la última lectura abandonada en la noche anterior. Se puede decir literalmente, que su vista agudizada por unas viejas gafas, no conocía el descanso de la lectura.
Para él, la literatura era la consistencia de su vida, pues solía decir muy a menudo -que contiene lo real y lo inimaginable de la vida-. La claridad de su inteligencia a pesar de sus años avanzados, no le impedía adquirir nuevos y enormes conocimientos, pues cómo también solía decir: -la sabiduría no ocupa lugar en la mente-.
Esa afición que a veces le hacía olvidar de sus cuidados más básicos, le mantenía ocupado todo el día de todos los días. Sus escasos paseos consistían básicamente, en visitar bibliotecas, o en ir de librerías en librerías de toda su ciudad, en busca y en esperados encuentros de novedades para él curiosas, o de lecturas recomendadas o desconocidas.
La literatura es lo que conlleva, pues siempre existe en ella misma, recomendaciones y menciones de otras obras y autores que hacen atraer y curiosear al lector. No es lo mismo un lector ocasional que un apasionado de la lectura, pues no se detiene en un mismo autor ni en un clasificado estilo; sino que busca e investiga en otras diferentes obras y escritores.
La vivienda del viejo Mario, era como una pequeña biblioteca clandestina, donde los tomos y volúmenes ocupaban mucha parte de su espacio. Su bibliografía era muy dispersa. No faltaban los típicos clásicos de toda la vida, tan exactos ellos. No faltaban las obras completas de Shakespeare, ni Herodoto, ni las novelas de Dostoyevski, ni evidentemente, de las aventuras de don Quijote y las detectivescas de Sherlock Holmes, ni las obras de J. L. Borges. Contenía literatura de ciencias y también de ficción; otras eran esotéricas y gnósticas. Los ensayos de filosofía y del pensamiento eran los libros más abundantes. No faltaba la poesía, ni los estudios de psicología, de sociología y de política. Las novelas de Julio Verne las tenía en una edición completa y antigua, además de ser curiosa y llamativa, era original francesa con sus dibujos gráficos.Y sólo se menciona algunos ejemplos para no cansar al lector de esta narración.
Muchos de esos libros eran adquiridos con mucha meticulosidad, es decir; con su debida encuadernación, estudiando su editorial y el año de su publicación, incluso el prólogo y su traductor. La mínima variedad en estos aspectos de un mismo libro, le suponía adquirir el diferente ejemplar. Detalles que hacía descubrir que el sabio y anciano Mario, a parte de su amor por la literatura y por obtener más conocimientos, era un sibarita bibliográfico.
Mario no utilizaba para su lectura ningún tipo informatico. El decía:- que es un placer el tacto y el olor de sus hojas, porque era el cuerpo y el perfume que dejaban sus letras; algo que ya muy pocas personas suelen apreciar-. Entre sus estantes bien clasificados, y entre libro y libro, sobresalían anotaciones supuestamente escritas por Mario con letra menuda en tinta negra. También en esos estates, destacaban recortes de artículos de prensa que le ofrecían recomendaciones o que contenían entrevistas interesantes. Todo ello evidentemente, estaba bien ordenado.
Yo me atreví a comentarle que, a una cierta edad de la vida, ya no existe tiempo para tanta lectura. Pero él me contestó con preocupación, que le sabría muy mal abandonar este mundo con los conocimientos adquiridos, y con pena en no poder abordar otra literatura pendiente. El vivía para sus libros y confesó: -que sería bienvenida la muerte mientras estuviera leyendo sin importar las circunstancias, entre las aventuras de cualquier libro-.
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