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8 abr 2018

Desesperación- 3º Parte (Narración-novela negra)

 "El "yo" que continúa existiendo no es más que materia
expansiva hecha de sensaciones pegagosas y pensamientos
vagos y fragmentarios" (Frase Existencialista)

Continuación...
Pero, ¿esto que es? ¿que hacía una tarjeta de mi mujer en esa casa?. ¿Que relación puede haber?. Y así continuamente le salían preguntas difíciles de responderse. Cuestiones que ahora tendría que
averigüar por otros cauces. Ahora le intrigaba el tipo de conexión que podían haber tenido su esposa con la del cadáver de esa mujer, y si quizás ella sabría o tenía que ver con su aparición en esa habitación aquella mañana. ¿Puede ser que ella estuviera relacionada con todo?. Seria mucha casualidad que tuviera esa tarjeta por motivos profesionales, ¡pero de mucha casualidad!. ¿Quien sabe?- se preguntaba-. El trabajo de mi mujer es de relaciones públicas de un importante laboratorio, puede existir una casualidad entre mil-. se respondió-.
   La intriga se hacía dueña de la situación. Cuando regresó a su casa procuró que todo lo que hacía y decía se mantuviera dentro de la normalidad, pero sus ojos y oídos se hicieron más receptivos de lo habitual, pues estaba a la pesca de todas las palabras y comportamiento de su mujer. Había que estar a la alerta por si descubría algún detalle que le relacionara con aquella mujer y de aquel lugar. Su mujer, se mantuvo en lo habitual; y él no apreció nada diferente en su comportamiento.
Quizás me esté obsesionando- pensó-, mientras su mujer le hablaba como si nada excepcional le hubiese ocurrido. De todas las maneras, ha pasado un tiempo desde la muerte de Irene- volvió a pensar-. Puede que ella no sepa nada de nada, y no tenga ninguna relación.
   Estaba llegando a un punto que realmente se sentía obsesionado por todo lo ocurrido. No podía concentrarse en otras conversaciones. Tuvo que reconocerse que todo ello le estaba superando, y sintió tristeza o vergüenza el hecho de pensar mal de su esposa.
   Tenía que recopilar datos para terminar con el embrollo en que se encontraba. No puede dejarte indiferente un cadáver -pensó-. Ahora estoy sospechando de mi mujer, quien sabe si no terminaré loco y quizás confesándome y acusándome de un crimen que pude haber cometido -volvió a decirse-, si pudiera recordar, sería otra cosa.
   Su mujer seguía siendo la misma, no había en ella un comportamiento o palabra que le delatara una vinculación con Irene. Supongo que le afectaría su muerte- pensó-. No es fácil olvidar un suceso así, como si nada transcendental hubiera ocurrido.
   En la siguiente cena, él intento hablar de mitología griega; pero ella confesó, que era un tema que  le era indiferente y que no le atraía. Lo que automáticamente si ella no mentía, él ya eliminó una posible relación con el libro que se había encontrado debajo de la cama.
   En otro momento se le ocurrió que tendría que mirar sus objetos personales, tal vez su bolso. ¡Si, eso es lo que haré!- se dijo-. Y para ello aprovechó la ocasión en que su mujer se estaba tomando una ducha. Lo cogió y lo abrió sacando todas sus cosas volcándolas de golpe, así no quedaría nada oculto. Unas monedas, un billete de cinco €, el típico pintalabios, pañuelos de papel, pequeños papeles con notas sin importancia, envoltorios de chicles y caramelos, un peine, un bolígrafo y lápiz, además de unos tikets de compras del super, un tubo de pastillas, un paquete de tabaco arrugado con cinco cigarros con un mechero que no funcionaba, un mini pulverizador de su perfume favorito y unas bragas usadas que no debería de acordarse de meterlas en la lavadora. Al final un manojo de llaves y un resguardo de un billete de viaje, como en los que se usan en los aeropuertos, del que apenas podía leerse el destino por el desgaste de sus letras. Estas dos últimas cosas fueron las que le hicieron pensar.
   No debería de levantar sospechas y volvió a guardar todo de golpe porque escuchó que había apagado el grifo del agua de la ducha.
 Tengo que comprobar que una de esas llaves coincida o no, con las de la casa de Irene -se dijo-.
Podría preguntarle de qué o de quien son esas llaves, pero entonces se descubriría que he registrado su bolso. Así que tuvo que esperar a tener otra oportunidad para satisfacer su curiosidad.
   Cuando llegó ese momento, cogió el manojo del bolso, y fue comprobando una a una si coincidía con alguna de la calle Valparaiso. Parece ser que había dos de ellas que tenían los mismos dentados.
Cada vez se acercaba más la sospecha de que su mujer fuera una complice del crimen.¿pero, que relación podían haber tenido?. Su función detectivesca era de más envergadura. Ahora tendría que investigar y perseguir a su mujer fuera de horas laborales, y averigüar si un día u otro se acercaba a la casa de Irene.
   Esa misión le mantuvo impaciente, porque transcurrían días muy aburridos donde a las mujeres les gusta mucho ir de compras, y el caso no avanzaba. Se preguntaba muchas veces qué conseguiría si descubriera  que su mujer estaba implicada-, solo matar mi curiosidad- se respondió en voz alta.
Todavía siento que quiero a mi mujer. Denunciarla a ella, es como si me denunciara a mi mismo- se dijo-.
   Como la mente no para de dar vueltas, le vino a la memoria el billete de viaje que había en el bolso. Su mujer debido a su trabajo, suele de vez en cuando ausentarse unos días de casa para visitar a sus clientes en diferentes provincias del país. Pero no recordaba que su esposa le comentara que, en uno de esos viajes tuviera que coger un avión. Así que, cuando tuvo otra oportunidad de registrar el bolso, recuperó el misterioso billete, y tras averigüar el expendedor, se dirigió a la agencia con una buena excusa y logró por el número del resguardo aún legible por suerte, el destino. Efectivamente, consiguió la información que necesitaba. Su mujer estuvo en Lisboa. Por lo tanto, la postal que encontró en el buzón podía ser seguro de ella. Hacía mucho tiempo que no veía escribir a su mujer a mano, pero la caligrafía se puede cambiar en un momento dado. Entonces se propuso buscar algún papel que estuviera escrito por ella, para comprobar el tipo de letra.
   Cada vez aparecía más preguntas y cada vez conseguía menos respuestas. Creía que podía confiar en mi mujer- se comentó a sí mismo- ¿por qué me oculta ciertas cosas?- se preguntó-.
   De Irene sabía muy poco, no sabía nada de su vida, ni siquiera a que se dedicaba. Solamente esa postal  y los balances de una cuenta corriente con un saldo considerable. No encontraba una conexión de ella con su mujer. Amistad seguramente- se dijo-. ¡Vale!- la cosa no transfiere más, y no tendría mas importancia si no fuera porque ella había muerto con unas marcas de unos dedos en el cuello. Pero, ¿cómo averigüar más sobre una mujer para mi anónima y ahora un cadáver desaparecido?. Creo que tarde o temprano- se contestó,-tendré que hablar con mi mujer.
   Y mientras esperaba el momento oportuno para ese dialogo, él se mantenía investigándola en sus quehaceres diarios a la salida del trabajo. Estuvo a punto de abandonar el seguimiento de su señora, pero dio la casualidad que, cuando él pensaba que esa tarde iba a ser la última que la expiaba, fue cuando ella se aproximaba al barrio de Irene. Y así fue hasta el mismo portal. Vio como sacaba las llaves del bolso y entró.
   Los pelos se le pusieron de punta. Eso confirmaba que su mujer estaba implicada en el suceso, incluida su desaparición. Ahora no se podía fiar de ella absolutamente para nada. Todo lo que había en su relación, era una pura pantomima. Una relación de convivencia solamente. La moral se le caía por los suelos, y ahora no sabía de que manera y cómo debía comportarse con ella. No sabía que hacer en esos momentos; si subir al sexto piso (sin esconderse esta vez) y darle la sorpresa; esperarla en casa, o seguir siguiéndola para averigüar cual va a ser su siguiente paso. Toda clase de conjeturas le venían a la mente en ese momento. Entonces le invadió una desesperación.
Continuará...