"Viviendo en un vertedero, somos movidos, producidos y reproducidos tanto por el vertedero como por nosotros mismos" (Michael Marder)
Era impresionante ver aquella montaña llena de escombros y de basura. Durante un periodo de un año, estuve trabajando unas dos veces por semana, en la limpieza de un cuartel donde hice el servicio militar situado en Las Palmas de Gran Canaria.
Cada semana la montaña de desechos ciudadanos estaba más alta. El camión que se utilizaba para todos los servicios militares le costaba subir por el camino empinado y polvoriento para llegar a su cima. Una vez allí, bien con las manos o con algunas palas, mientras las gaviotas revoloteaban sobre nuestras cabezas buscando algo nuevo que comer, nosotros volcabamos los escombros. Posteriormente una máquina apisonadora se encargaba de aplastar todos aquellos residuos que terminaba formado parte del aquel terreno que cada vez se hacía más elevadizo. Todo aquello engrandecía una gran montaña pero de desechos. Mientras hacíamos esas labores, teníamos que usar nuestros pañuelos para evitar que el polvo contaminante que a la vez se alzaba, se mezclaba con la calidad del aire que se respiraba en la ciudad y evitar que los microresiduos nos entrará por las vías respiratorias y por los ojos. Ese trabajo de limpieza no era muy agradable, lo único bueno que conllevaba, era que en ese laborioso transcurso, te librabas de clases teóricas de estrategias militares o de conocimiento de las armas.
Por entonces, no existía el concepto actual del reciclaje de todo aquel montón de escombros. Tampoco parecía que les preocupara los problemas que podía ocasionar todo ello para el futuro. Afortunadamente, ya hace muchos años de esa experiencia y seguramente, esa ciudad ya habrá tomado medidas con normativas ecológicas.
Cuando subíamos en el camión por su camino ascendente, permanecíamos en un intimo silencio cubiertos con nuestros pañuelos. Ese lugar de suciedad maloliente te transportaba aquellos lugares del tercer mundo que sale en los documentales y reportajes de televisión. Allí todo estaba mezclado: electrodomésticos, plásticos, vidrios, juguetes, neumáticos, tejidos, y un largo etcétera que cualquiera pueda imaginar. Todo se encargaba después aquella monstruosa apisonadora de convertirlo lentamente en un elevado piso más de una repugnante colina.
Me dio por pensar entonces, y aún lo sigo pensando, lo importante que sería dar una educación cívica y ecológica, aunque no sea muy agradable por las condiciones del lugar, de mostrar a los alumnados del colegio, esos cementerios de escombros. Las entrañas de ese vertedero era tan impresionante, que contemplar de cerca ese desierto nauseabundo, uno tomaba preocupación y consciencia de la gravedad de la contaminación del planeta. Solo imaginando los millones de rincones similares que puedan existir en todas las ciudades del mundo, dan una suposición de la magnitud del problema de los residuos. La atmósfera en emisiones de CO2 nos devuelve todo aquello que contaminamos.
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