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11 sept 2018

El Hombre de la lluvia (Cuento-narración)

"Todos nosotros nos hemos vueltos áridos;
y si cae fuego sobre nosotros, nos reduciremos a polvo,
como la ceniza: aún más, nosotros hemos cansado al
mismo fuego"  (Nietzsche)

     "Si necesita agua, no dude en llamarme. 
Localizo agua subterránea y atraigo la lluvia.
Cobro una parte por adelantado y no soy compasivo.
Si Ud está interesado mande un correo a la dirección
adjunta..."
   La autoridad local hizo una pequeña mueca de satisfacción. Había encontrado algo, una señal que le podía solucionar la enorme gravedad de la sequía que estaban padeciendo la cosecha desde hace muchos meses. Su región se estaba desertizando. El maíz y otros cereales ya no crecían, la vid se estaba echando a perder, y la poca agua que tenían había que utilizarla para consumo propio. Era una localidad próspera y prometedora, pero esa sequía estaba pasando factura y estaba conllevando a la desesperación de su gente. Mucha de su población se planteaba emigrar. No podían aguantar más esa situación. Además su ganado se iba muriendo y la desertización atraía calor, tanto, que los meses de invierno eran como los meses de verano. El frío y las lluvias no se acordaban de este lugar. Era como si hubiese caído una maldición sobre ellos.
   El alcalde, buscando información sobre recursos del agua, encontró accidentalmente ese anuncio. Pensó que la providencia se acercaba a su auxilio. Se puso en contacto a través del correo que se señalaba y esperaba su contestación.
   El anuncio le pareció muy escueto e irrisorio, similar a los típicos anuncios con los que emplean los curanderos. ¡Si te lo crees, inténtalo!. Además, eso.. de que no es compasivo, ¿que querrá decir?
   Al día siguiente respondía el contacto. Avisaba de su salario y sus condiciones. "Cobro 2.000€ por día. Esos por supuesto, es en adelanto a través de la transferencia que indico. La pensión y comida ha de ser gratuita. Espero respuesta. Atte..."
   Esa es la escueta contestación que tuvo.
   El alcalde pensó que podría intentarlo, y -en cuanto a esa cantidad primera que se debe de adelantar, puedo hacer una recaudación en el pueblo, que entre todos será insignificante, y sobre el resto, ya veremos, todo depende -se dijo-.
   Así lo hizo, y en unos días pudo convencer a gran parte de la población, que con pequeños donativos lo alcanzaría. Logró reunir más que esa cantidad, y mando su conformidad y el dinero por transferencia al individuo del anuncio. Había tomado sus precauciones previamente para evitar un posible timo.
   Tubo la siguiente respuesta: "Transferencia recibida. Estaré en el lugar que me ha indicado el próximo miércoles sobre el mediodía. Voy en un Ford descapotable color crema"
   El pueblo esperaba impacientemente ese día. Cuando llegó ese miércoles, a lo lejos se divisaba una polvareda que provocaba un coche que se acercaba.
   Era exactamente el coche descapotable color crema que esperaban. Cuando llegó, bajó de el un tipo de apariencia sencilla, muy delgado con un pantalón tejano, sandalias, y una camisa del mismo color que su coche. Llevaba una barba blanca y una cierta melena que la cubría con una gorra negra.
   Después de las presentaciones de la comitiva, se lo llevaron a comer y le condujeron a su aposento.
   El desconocido dijo que durante la tarde haría un recorrido por todo el lugar y su comarca, así tomaría un conocimiento de la magnitud del terreno para saber del agua que se precisa.
   Al día siguiente, dos horas después de desayunar, el hombre se dirigió a un enorme y apartado descampado. Iba descalzo, con unos pantalones cortos y su gorra, acompañado de una pequeña flauta hecha de caña.
   Eligió un sitio y sobre él hizo un circulo de dos metros de diámetro. Se introdujo dentro y dibujó unas figuras extrañas. Allí permaneció en silencio, a ratos a pie, a ratos sentado, soportando la solana del día.
Sobre el atardecer se empezaron a oír algunos cánticos y una especie de oraciones en un lenguaje desconocido, acompañado del sonido de su pequeña flauta.
   No le faltaba el público lugareño que desde lejos no perdían detalle y el interés sobre el individuo. No faltaba tampoco el típico personal que se creía que el tipejo les estaba tomando el pelo y así sacarles el dinero.
   Llegó el anochecer y el extranjero regresaba a por su cena y a su descanso, diciendo que -mañana será otro día-.
   Al día siguiente, lo mismo. Dos horas después de desayunar, el hombre se volvió a dirigir hacía su círculo. Y otra ver los cánticos, las oraciones y el sonido de la flauta.
   Seguían sus espectadores a lo lejos con sombrillas, asientos, bebidas y demás comodidades, mirando de cuando en cuando a las nubes donde apenas éstas se movían. Y seguía haciendo un sol del demonio.
   Llegó otra vez el anochecer y el extraño volvió a decir que: -mañana será otro día-.
   El tercer día llegó. El hombre desayuno bien, descansó y volvió dos horas después a su círculo que aún permanecía señalado. Ni siquiera una ligera ventisca nocturna hizo muestra de borrar la esfera.
   Los espectadores seguían fieles a sus rituales y se lo estaban tomando a risa, sin faltar a aquellos que impacientes, querían ya darle su merecido al posible timador. Sobre sus cabezas, unas ciertas nubes empezaban a moverse en círculos y cambiaban su tonalidad a un color grisáceo.
   Al anochecer, el individuo salió del circulo diciendo lo mismo, que -mañana será otro día-.
Esa frase lo repitieron en voz alta al unisono todos sus asistentes, como si se hubieran puesto de acuerdo. Eso condujo a unas risas que a la vez motivó unos insultos al supuesto brujo. Alguno que otro le amenazó y le recomendaron que se largara del pueblo durante la noche. ¡No! -dijo- porque estoy seguro que mañana será el día que esperáis.
   Esas palabras acabó en grandes risotadas y en cachondeo. El individuo apretó el paso y se dirigió a la posada. Esta vez le pusieron una cena minucia y rápidamente se acostó a la espera del día siguiente.
   Cuando se levantó a desayunar, también le pusieron lo mínimo; y con eso tenía que aguantar la jornada.
Esperó sus dos horas entre una multitud de miradas desafiantes y se dirigió cautelosamente hacía su esfera. Ahí parecía que estuviera al resguardo, protegido y respetado.
   Justamente después del mediodía, unas nubes se juntaron. El cielo se oscureció y empezaban a caer gotas de lluvia. El hombre se levantó del circulo y empezó a bailar dentro de ello mientras cantaba en ese lenguaje Mapuche*. Cada vez era más rápido su baile y más alto su canto. Salió del círculo y nada más salir, cayó agua torrencial.
   Su público salió corriendo para protegerse dejando todos sus enseres por el camino. Caía tanta agua de repente, que no se podía ver más allá de un metro. El cielo se ennegreció totalmente. No paró de llover en dos días. El paisaje como es de suponer, se convirtió en un húmedo fangal. Truenos y relámpagos no cesaron, continuamente caía esa agua torrencial causando ya grandes inundaciones.
    Transcurrido ese tiempo, el hombre se acercó al circulo, esta vez, apenas visible, y pausadamente la lluvia fue cesando convirtiéndose en llovizna, apareciendo ya a lo lejos algunos rayos de sol.
   El brujo salió del redondel dando su misión por terminada. Regresó al hostal, empezó a recoger sus cosas, y se dirigió a la autoridad local a recoger su salario pendiente.
   Allí era de esperar que no tenían su dinero, aconsejándole otra vez que se largará del lugar sin esperar nada, acusándole ahora como escusa para no pagarle, que lo había inundado todo.
   El extraño cogió su coche y se marchó del pueblo dirigiéndose hacía una colina muy alta. Allí trazó otro circulo similar. Esperó al día siguiente cantando y orando otra vez sin parar. Volvió a llover  sobre la comarca sin cesar, inundando totalmente al pueblo y ahogando a su población. Él ya lo había advertido : -
No tengo compasión-. Las malas lenguas dicen que ese pueblo permanece sumergido en un pantano.

*Mapuche.- <Una lengua no clasificada todavía que puede proceder de los Mayas. El habla de la Tierra del pueblo amerindio que habita entre Chile y Argentina.
Nuestro brujo, en sus años de juventud, hizo un viaje de estudios antropológicos a Centro América.
Allí visitó a pueblos rurales. En un camino se encontró a un viejo que había caído enfermo y le ayudó a recuperarse. Éste de agradecimiento, le enseñó el Sagrado Canto de la Lluvia. Un rito muy ancestral  que sus antepasados practicaba cuando faltaba el agua. El anciano le confesó que no se podía morir sin antes transmitir el canto a una persona sensata, que hasta ese momento no había encontrado. Su pueblo consideraba la lluvia como agua sagrada y divina, benevolencia de Dios>.
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