es poder vivir tranquilo con tu conciencia después"
*El relato que se expone a continuación es verídico. Me lo confesó en su momento J.CH., un aventurero de la vida que experimentó muchas vivencias en su carne. Pude comprobarlo durante los 16 años que permanecí trabajando con él, que todo lo que solía contar era la pura verdad. A parte de que uno ha de tener buena memoria y a de ser un buen mentiroso, pues las mentiras que quieren ser verdades, contadas muchas veces nunca es la misma verdad. Sirva en su recuerdo esta su historia, a este hombre que fue como un padre para mi, y yo, un hijo para él.
"Fue al poco tiempo después de la contienda Civil Española de 1936-1939, cuando me alisté voluntariamente al Ejercito Español de la Legión. Por entonces, alistarse era para un periodo de tres años. En la legión cualquier tipejo podía alistarse con un nombre falso. Si tenias algún problema con la ley, apuntarte en la legión era una solución, pues pisando en ese terreno daban fin las persecuciones de la justicia, y acababa en tema zanjado como si ya fuera suficiente esta buena condena.
En mi instancia y con el tiempo, me destinaron a - caballerías - donde tenia que cuidar permanentemente y absolutamente de una pareja de caballos que montaba el teniente. Es decir: darles de comer, el mantenimiento en continuos cepillados que dejarán brillantes su piel, su debido aseo, sacarlos a pasear para desbrabarlos, cuidar que no fallaran en su salud, y mantener sus pezuñas limpias, etc.. (la coz de uno de ellos me dejo esta marca en la frente que me mantuvo por un tiempo inconsciente, y posteriormente hospitalizado).
Aprendí mucho de los caballos, y ellos aprendieron conmigo. Aunque en el cuartel no abundaba la buena y suficiente comida, para los caballos había que darle lo mejor. Y cuidado de mí, si a ellos les ocurriera algo.
La vida entre caballerizas de era eso. Lo peor era quizás convivir con las personas y además en esos barracones que consistía solo en un mal tejado con cuatro paredes y un montón de camas y maletas a ambos lados y rectos en perfecta línea. Todo esto siempre bajo el sol y el calor insoportable que hacia en Larache (*).
El servicio militar se hacía interminable, y el tiempo no transcurría. Como siempre, no falta la típica persona que no para de amargar la vida del personal. Este era el caso del sargento Martinez.
Un sargento chusquero reenganchado, y amargado de su existencia que convertía un suplicio la vida de sus soldados. Sus tratos se basaban siempre en puñetazos, y sus palabras en insultos y blasfemias. En cuanto le veíamos que se aproximaba, se nos empezaba a temblar las piernas, y ya se auguraba problemas. Eramos su carne de cañón y su desahogo continuo, y siempre éramos los mismos soldados que estábamos en su compañía los que lo pagábamos todo: sus borracheras, sus idilios con las moras, la disconformidad de las ordenes de sus superiores, etc.
También abundaban sus castigos de zanjar a pico y pala, las guardias en los puestos más pendencieros, pues aún existían conflictos con los moros. La comida te la restringía como castigo, el cabello te lo hacía rapar a cero, y además te quitaba los días libres o las tardes que tenias paseo.
Sus malos tratos y palabras era pan de cada día, y a veces, no tenía justificación para tan mal carácter.
Así fue el servicio militar continuamente con este maldito chusquero.
Cuando mi reemplazo se licenció y nos tocó regresar a casa (si no te reenganchabas, claro) después de tres años de servicio militar y sin haber visto a tus allegados, nos recogió un barco
que nos llevaba de regreso a Barcelona, haciendo escala por los diferentes puertos de su recorrido devolviendo los soldados licenciados a la península.
La tripulación era la mayoría soldados. Allí también se encontraba el sargento Martinez que se disponía a cumplir un permiso y encontrarse con sus familiares. Era tanto el odio y la ira que se sentía por él, que un grupo de soldados (hombres de ya una antigua calaña en extinción), se pusieron de acuerdo en silencio y fueron a su encuentro aparentando amistad. Poco a poco le fueron rodeando al sargento hasta una eslora del barco, y sin que nadie se diera cuenta, lo cogieron y lo tiraron al mar como venganza. Después disimularon y cada uno se dispersó como si nada importante hubiera ocurrido, y allí dejaron a Martinez morir en el mar Mediterráneo.
Cuando algunos soldados desembarcaron al regreso, oyeron como la familia de Martinez preguntaban por él. Pero nadie les contestó e hicieron como si desconociesen al viejo sargento."
(*) Larache- Situada en la región de Tanger- Tetuán en el norte de Marruecos. (Durante un ciertos años, el ejercito español mantuvo un puesto de legionarios en esa región).
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